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Tribuna
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Euro y empleo

El Consejo de Europa ha ido a elegir este Primero de Mayo para formalizar la configuración del euro. Además, seguirán gastando sus energías en la disputa para que la presidencia del futuro Banco Central Europeo recaiga en un holandés o en un francés. Mientras tanto, los trabajadores ocupan calles y plazas reclamando soluciones contra el desempleo que padecen más de dieciocho millones de personas. Ya son ganas de ponerse en evidencia ante la ciudadanía y de sembrar contradicciones entre un instrumento tan necesario para Europa como lo será el euro y el objetivo al que prioritariamente debería servir: potenciar la creación de empleo.Que la moneda única haya sido el corolario de la combinación estricta de los criterios de convergencia nominal, tal vez le haya acarreado al conjunto de los países de la UE perder algún punto en su potencial tasa de crecimiento económico y una menor capacidad en la creación de empleo.

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Sea como fuere, disponer de una misma moneda es una condición necesaria para unir a Europa y para el progreso de sus pueblos en un mundo mercantilmente globalizado. De entrada, es mejor haberla constituido con una base amplia de 11 divisas que si se hubiera restringido al entorno de influencia del marco.

Pero la UE presenta un grave e inminentemente peligroso déficit político que ha de saldar cuanto antes, empezando con la puesta en marcha de políticas supranacionales capaces de regular el mercado interior. Porque los Estados miembros individualmente considerados carecen de capacidad para incidir y, en su caso, corregir la dirección de las fuerzas económicas de dimensión europea y mundial. Así, por ejemplo, un euro sin una política fiscal armonizada, tanto sobre la renta como sobre el consumo, nos lleva a una dinámica perversa de deslocalización territorial de las inversiones apoyada en la desfiscalización competitiva. Además, la ausencia de una mínima coherencia en el tratamiento de las rentas de capital es utilizada como pretexto para aplicar políticas tributarias que ponen en peligro los ingresos necesarios para financiar las políticas públicas y quiebran la equidad en el reparto de los esfuerzos entre las diferentes fuentes de renta, en definitiva entre los ciudadanos. Una cruda muestra es la reforma del IRPF diseñada por el Gobierno del PP.

Lo señalado podría valer también para la energética, la investigación y desarrollo..., carencias que además de reducir el peso de Europa en la esfera internacional, restan democracia al mercado interior. En suma, se trata de dotarnos de instrumentos políticos para el gobierno del mercado interior; para equilibrar política y economía tras un proceso asimétrico en favor del mercado que pretenden proyectar en el futuro inmediato con el estatuto del BCE que le proporciona, más que independencia, preponderancia sobre la democracia representativa y con las propuestas alemanas para la inmediata aplicación del Plan de Estabilidad que volverían a dejar fuera de las prioridades europeas la creación de empleo, fragilizando aún más la ya de por sí débil cohesión económica y social.

La Confederación Europea de Sindicatos y, con ella, la CS de CC OO no hemos querido jugar el papel del profeta Jeremías vaticinando catástrofes derivadas de la unión económica y monetaria. Habría sido irresponsable e ineficaz hasta quedar como ecos marginales. Tampoco podíamos hacer la función de Casandra aventurando todo tipo de bondades, pero condenados a no ser creídos porque los hechos nos desmintieran. Descartando los determinismos, hemos aportado nuestras voces críticas, alternativas practicables para una Europa más equilibrada y la acción común y solidaria en favor del empleo y los derechos sociales.

Creemos que la moneda única puede y debe ser un acicate para mejorar la posición competitiva de las empresas europeas en el mundo, si se utiliza para saltar a la esfera de lo que más puede ofrecer Europa: valor añadido tecnológico en sus bienes y servicios y un modelo social, cultural y político más justo y vertebrador de la cooperación internacional que el representado por el dólar. Pero eso exige salir de una vez de la fracasada competitividad vía costes laborales exclusivamente para invertir más y mejor en capital físico y humano. En otras palabras, hay que inducir en las empresas otra cultura.

Desde este enfoque es desde el que reivindicamos la reducción de la jornada laboral hacia las 35 horas semanales y la reorganización flexible del tiempo de trabajo. Objetivos que requieren el concurso de todos: empresarios, sindicatos y Gobiernos. De ahí la propuesta de CC OO, que abarca todo lo relacionado con el tiempo de trabajo (jornada, horas extras, permisos de larga duración, contratación a tiempo parcial y de relevo entre trabajadores próximos a la jubilación y jóvenes...); nuestra disposición a negociarla con la CEOE y nuestro emplazamiento al Gobierno para que coadyuve a las negociaciones con marcos normativos e incentivos económicos.

Pero en España tendremos que despejar el camino para la creación de empleo y la solidaridad con los parados empujando activamente en las empresas y en las instituciones. Lamentablemente, la dirección de la patronal española prefiere viajar a Francia para practicar la militancia ideológica contra la reducción de la jornada con sus colegas franceses, cuando aquí tiene el compromiso y la posibilidad de negociar.

El Gobierno del PP, por su parte, ha presentado un Plan de Empleo más para cubrir el expediente de la Cumbre de Luxemburgo que para implicarse realmente en la acción contra el paro y su equipo económico no hace otra cosa que predicar más de lo mismo en materia salarial, social y laboral tras la incorporación a la unión monetaria. También le tira más su adscripción ideológica y su afán por corroborar las declaraciones de Aznar identificándose como «el último reducto de la derecha europea junto a Helmut Kohl» -hasta las elecciones alemanas del próximo otoño- que gobernar aquí y apostar en Europa de acuerdo con los intereses de la mayoría de los españoles y de los europeos.

Desaprovechar la moneda única como impulso de la Europa del empleo y la equidad social para seguir utilizándola como ariete contra los derechos sociales y como coartada para agrandar el abismo entre pobres y ricos será tanto como implantar en Europa un sucedáneo del dólar. Aún podemos evitarlo y lograr un euro que represente a los europeos como somos social y culturalmente y que responda a lo que aspiramos para el futuro en Europa y en el mundo.

Antonio Gutiérrez Vegara es secretario general de CC OO.

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