Imperio Argentina evoca las dolorosas memorias de Miguel de Molina
Se presenta en Madrid 'Botín de guerra', la autobiografía del cantante exiliado
Si la Piquer arrastraba su célebre baúl, Imperio Argentina se acercó, ayer por la mañana, arrastrando con buen humor la memoria de un siglo, allá donde le habían convocado para ser la reina madre de la presentación de la autobiografía de Miguel de Molina, Botín de guerra (Planeta). Aunque era de día y lucía el sol, Imperio Argentina apenas tenía brazos para sostener los ramos de flores que se le entregaron, como si fuera una noche triunfal de estreno. Como cuando triunfó un año de entonces, en Montevideo, con sus canciones, ella, Imperio Argentina, y se le presentó Miguel de Molina, que venía de arruinarse -una vez más- en un casino uruguayo, y le convenció de que hicieran teatro juntos allá en Montevideo. Imperio se resistió, y lo hicieron.
Acaso, viendo Imperio Argentina las flores que le entregaron, se acordara de cómo llegó Miguel de Molina a Argentina, y cómo se alojó "en el mejor hotel de Buenos Aires, en el más caro, cuál sería...". "El Plaza", le contestó Alejandro Salade, sobrino de Molina, que estaba sentado junto a ella. "Sí. Miguel encargó durante varios días que le trajesen canastas de flores, y todo el mundo se preguntaba quién sería. Así era Miguel de Molina".
'Ojos verdes'
Junto a ellos estaban también los periodistas Manolo Ferreras, Ramiro Cristóbal y Javier Rioyo. Imperio Argentina recordó la vinculación del cantante conojos verdes -"Miguel se enamoró de un señor que tenía los ojos verdes"-, y Ferreras contó cómo estuvo un m es persiguiendo por los mercados de Buenos Aires a un señor muy elegante que madrugaba para comprar el almuerzo, y que no consiguió entrevistarle para Radio Nacional: "Lo estoy pensando, joven, lo estoy pensando", se disculpaba amablemente Miguel de Molina. Ramiro Cristóbal tuvo más suerte. Y Miguel de Molina sólo quería saber cosas de España. "Quería hablar de política, y hablamos, estaba al tanto de todo, y por entonces sentía gran admiración por Alfonso Guerra". Miguel de Molina, allá en su exilio olvidado y dorado de Buenos Aires, dedicaba los días y las noches a escribir su autobiografía -por fin publicada en España-, sin lograr que se le cerrara la herida de su salida del país (esa brutal paliza, "muy de la época", con aceite de ricino incluido, que le propinaron vanos prohombres un tanto matones, con el conde de Mayalde, director general de Seguridad, en persona). Según comentó Ramiro Cristóbal, leía todos los días, allá en Buenos Aires, EL PAÍS y Abc. "Le pregunté si era republicano y me confesó que no, que sentía mucho respeto por el rey".
Imperio Argentina insistió una y otra vez en lo mucho que había sufrido Miguel de Molina -como se ve en el libro- por su condición de homosexual, y los contertulios insistieron en "esa herida abierta" que no cicatrizó nunca en su recuerdo. Pero el acto de presentación tuvo el color festivo que las cosas así deben tener.
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