Las cuatro ruedas de John Lennon

La segunda edición de los Premios de la Música tuvo el valor de apostar por el directo. Y las audacias a veces producen víctimas inocentes: se perdió la voz de Fito Páez cuando, en compañía de su cuñado Ariel Rot, ofrecía una exquisita versión desenchufada de su sublime Un vestido y un amor. La campaña para remediar la ignorancia española al respecto del arte del titán argentino sufrió ayer un desdichado revés que nadie se molestó en explicar. Corramos un urgente velo y aceleremos por la habitual letanía de quejas ante los actos de presentación de premios de cualquier industria.
Esas gracias de los famosos que sólo producen sonrojo, los viscosos agradecimientos de los triunfadores, los despistes, las proclamas gremialistas, las flagrantes injusticias, las incongruencias de planteamiento. Estas últimas, cabe destacarlo, fueron mucho menos que hace un año. Aun así, uno se interroga sobre la racionalidad de suprimir la categoría de productor de discos y reemplazarla por la de técnico de sonido; como si en los oscar sólo se premiara a los directores de fotografía y se olvidara de los directores.
Queda abundante espacio para la especulación, la interpretación de las motivaciones de los votantes. Que, al tratarse de un colectivo tan vasto y heterogéneo, no siempre resulta previsible. Sólo hay sospechas respecto a la edad y las inclinaciones estéticas de los miembros cumplidores -de la Sociedad General de Autores de España, sólo la cuarta parte- que rellenan los boletines.
Con este lastre de conservadurismo tiene su punto que la organización programara un insólito abanico de música. Al Octeto Ibérico se le pudo ver junto a las campanas de Llorenç Barber y, minutos después poniendo terciopelo a Mónica Naranjo.
Pedro Guerra consiguió moderar a otra vocalista histriónica, Greta, con ayuda del engrudo destilado por el acordeón de Kepa Junkera. Ese fue el momento mágico de la noche. Que en la transmisión televisiva se agrió al aparecer a continuación ese anuncio de Volkswagen hecho a partir de un clip de John Lennon, imágenes montadas sobre su descarnada God, su listado de particulares descreimientos en 1970, sustituyendo un verso clave por un letrero que pregunta: "¿Crees en Golf?".
Un recordatorio de cómo una canción rupturista puede terminar reciclada en combustible para la industria del motor. Lo sabíamos pero en pocas ocasiones se evidencia con tanta crudeza.
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