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Tribuna
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Los juzgadores

He leído el libro de Morán sobre los últimos años de Ortega y Gasset, en realidad sobre mucho más que Ortega y Gasset. Tiene el libro bastantes, en mi opinión, virtudes; por ejemplo, la recreación del ambiente político intelectual de la época comprendida entre 1945 y 1955 en España. Antes era la guerra, la civil o la mundial, y ya se sabe lo que los ambientes que crean esas guerras totales, a muerte, son para el mundo de la cultura y sus protagonistas.En esos diez años se viven en España las consecuencias de una larga guerra, en la primera parte de la cual España fue campo de batalla y de división, mientras que en la segunda España fue neutral, pero no la inmensa mayoría de los españoles, que suspiraban por uno u otro resultado con mayor fervor, si cabe, que los contendientes; no eran espectadores neutros, sino como los de un estadio de fútbol contemporáneo, más belicosos, con frecuencia, que los contendientes mismos.

Al leer ese libro me he preguntado, una vez más, no si es posible la independencia de criterio, no ya la neutralidad que, dicha así, parece una especie de interesada indiferencia, como ese espectador mítico de los estadios al que sólo le ocupa la calidad del juego. Pues si es posible la independencia, es posible no estar con los vencedores ni con los vencidos en bloque, como el soldado de una falange macedónica. Hubo españoles que se exiliaron, o que se quedaron dentro, o que fueron y vinieron, o estuvieron y se fueron, que no estaban, en bloque, ni con unos ni con otros; los ejemplos más claros son los que pudieron haber sido fusilados en cualquiera de las zonas, los que fueron buscados, en ambas, para ser eliminados, bien por fuerzas marginales o no tan marginales, controlados o menos controlados.

Lo que he comprobado también es que la independencia se pudo mantener, por algunos, con enormes sacrificios personales y sociales, en ambientes siempre enrarecidos, y también que la independencia mantenida con grandes esfuerzos y sacrificios difícilmente ha sido perdonada por ninguno de los contendientes. El caso de Ortega y Gasset es muy nítido: ni se apuntó a la rebelión ni escribió encendidos panfletos para celebrar las heroicidades del 5º Regimiento, ni cosas semejantes.

Y pase, que no es pasable, que en su momento sucediera lo que sucedió, encendidos como estaban los ardores belicosos. Pero creo que ya ha transcurrido algo de tiempo como para esperar menos juicios personales y más exposición completa de los hechos. Lo que requiere también una buena dosis de comprensión: ¿desde qué presunta superioridad moral se puede juzgar a personas puestas entre la espada y la pared? Otra cosa es exponer los hechos, sin omitir ninguno, pero los hechos, o los sucedidos, o las anécdotas, no penden del aire, sino que se producen en un determinado ambiente político y social; y aquél, de aquellos años, era muy determinado, tanto que ahora parece, si bien relatado, cosa de ficción; terrible ficción. Ahí radica la calidad de un biógrafo.

Pero esta raza de juzgadores no decae; se reproduce, no sé si por esporas u otro medio, y ahí están sus especímenes más que numerosos. Y ahora no hay la excusa de que andamos matándonos a conciencia de manera profusa. Ahora las cosas no son así, algunos parece que, sin decirlo, añoran aquella antigua fractura, y no se encuentran a gusto más que en el fragor de la batalla imaginada; qué cómodo eso de sustituir los análisis de las cosas por el zarandeo de las personas, la búsqueda del sustantivo preciso por la verborrea de calificativos denigrantes, en cualquier caso, para alguien.

Yo creo que uno puede opinar de las relaciones con Cuba, la ley del catalán, la reforma del IRPF, el euro, o el oro nazi sin alinearse con tirios ni con troyanos; pero otros hacen el análisis de sus palabras para calificarlo de lacayo del capitalismo o criptosocialista, nacionalista español o vendepatrias, amigo o enemigo. Y eso produce miedo real.

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A mí me parece que la libertad interesa, entre otras cosas, para que cada cual opine lo que le dé la gana sin que por ello le pongan un colgajo definitorio, sin que le apunten a un bando, con uniforme, correaje y bandera significativa. Pues en esta España todavía hay mucha gente que no se atreve a decir lo que piensa para que no lo coloquen ni entre los enemigos ni, lo que puede ser más grave, entre los amigos del juzgador. Hay un efectivo temor a lo que digan las banderías. Y es operativo en muchas cuestiones de actualidad e interés.

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