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La naturaleza trascendida

Delacroix, cuando escribe en su diario que ha asistido a la lucha entre una mosca y una araña, se sitúa "en la posición de Júpiter contemplando el combate entre Aquiles y Héctor". Toda su pintura está ahí, en esa desproporción grandiosa, en esa capacidad para llevar la generalización o la comparación literaria o mitológica más allá de lo razonable.Al mismo tiempo que, afirma que "el auténtico pintor es aquel que conoce toda la naturaleza", Delacroix pinta siempre desde el estudio. Es más, sus telas orientales o sus evocaciones de las batallas de los patriotas griegos contra los turcos fueron, realizadas antes de viajar a Oriente, a partir de informaciones literarias y de la imaginación.

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Cuando en 1832 viaja por primera vez a Marruecos, Delacroix se dice deslumbrado: "La influencia del sol le da a todo una vida penetrante". Pero el relieve especial que adquiere ese todo le lleva de nuevo a trascender la realidad y a transformar unos simples pastores o pescadores en figuras salidas de la antigüedad clásica: "Los griegos y los romanos están ahí, delante de mi puerta escribe. Al mismo tiempo, la cabeza visible del movimiento romántico en pintura se autocalifica de "clásico", sin duda para provocar: "Los seguidores de David han sido calificados equivocadamente de clásicos porque se fundaban en la imitación del arte antiguo. En vez de penetrar el espíritu de la época se limitaban a transmitirnos un leve eco de la misina".

Las distintas versiones que Delacroix pinta de un mismo tema permiten también seguir sus dudas religiosas, ateo en su juventud, admirador de Diderot y del anticlericalismo, más moderado luego, próximo al panteísmo de un Rousseau, víctima de angustias metafísicas más tarde, creyente convencido mediados los cincuenta, reconciliado consigo mismo y con sus dudas pocos años antes de morir, ya en 1862, cuando resuelve que "Dios está en nosotros y es esa presencia interior la que nos permite admirar la belleza".

Jesucristo y los apóstoles en manos del oleaje son, a veces, unos simples pescadores sorprendidos por la tormenta, pero en otras se trata de los padres de la Iglesia en una crisis de fe. El halo que corona la testa del hijo de Dios aparece o desaparece, según que el cuadro esté más interesado por el movimiento de las olas o el de las almas.

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