Francia celebra la pasión extrema de Delacroix
Seis exposiciones recuerdan el bicentenario de un pintor que "pertenece a todos los siglos"
"Delacroix pertenece a todos los siglos: es gótico, barroco, impresionista y clásico". Era Maurice Denis quien encontraba en Eugéne Delacroix esa síntesis de estilos y épocas. Para Baudelaire, "Delacroix es un pintor estimado por los poetas porque es literario" y eso significa que sabe "poner de relieve ideas más elevadas, más precisas, más profundas" que la mayoría de sus contemporáneos. Para volver a hablar de Delacroix ha tenido que esperarse al bicentenario de su nacimiento, que se cumple este año, pretexto para numerosas exposiciones como ya lo fuera, en 1963, el centenario de la muerte.
La Banque de France, por su parte, no se ha sumado a la fiesta y estos 200 años los celebra retirando de la circulación los billetes de 100 francos con la efigie de Delacroix y sustituyéndolos por otros con la calva de Paul Cézanne y el ensimismamiento de sus jugadores de cartas.No menos de seis exposiciones se abren simultáneamente durante esta semana en Francia para recordar el trabajo de un prodigioso pintor de fieras y pasajes bíblicos, de flores y caballos, ilustrador de los grandes textos románticos y viajero en búsqueda de impresiones auténticas.
Las seis exposiciones -tres de ellas en París; las otras en Chantilly, Ruán y Tours- cubren aspectos muy distintos de la obra. En el Grand Palais de la capital, en coproducción con el estadounidense Philadelphia Museum of Arts, se presentan Los últimos años: 1850-1863. A partir de 150 obras realizadas en esos 13 años y organizada su presentación en siete áreas temáticas (animales y cacerías; el sentimiento de la naturaleza; los temas mitológicos y alegóricos; los temas históricos y literarios; la lección marroquí; la aspiración religiosa; obras postreras) se puede constatar una evolución que trasciende las etiquetas. Estos cambios se aprecian con un Cristo durmiendo sobre las olas encrespadas que Chagall hubiera querido pintar, y en la que si bien se repiten los temas de juventud, todo se aborda de otra manera, desde esa magnífica pincelada expresiva que Delacroix reivindica, en un texto célebre, como "un medio de contribuir a poner de relieve el pensamiento en pintura".
En la Biblioteca Nacional se evoca el Delacroix romántico, ese que, según Baudelaire, mantenía "un espíritu de endiablada rivalidad con la palabra escrita", mientras que en el museo que lleva el nombre del pintor, en esa calle de Furstenberg en la que falleció, se quiere poner de relieve la larga amistad de 35 años que hubo entre Delacroix y el polifacético Frédéric Villot, botánico, helenista, traductor, grabador, escultor, bibliófilo, miniaturista y sinólogo.
En Chantilly, las colecciones del Museo Condé, creadas por Henri d'Orléans, se enriquecen para la ocasión con dibujos prestados por el Louvre; en Tours, el museo local, que posee varias telas de Delacroix realizadas durante algunas de sus estancias en casa de su hermano, ha logrado que el Metropolitan, de Nueva York, les prestase el cuaderno que contiene todos los croquis preparatorios de las mismas. En Ruán, por fin, se nos propone un duelo entre Géricault y Delacroix, dos maestros de la iconografía romántica y, sobre todo, dos apasionados del caballo. Si el primero trabaja a partir de la realidad bruta, el segundo la reelabora a través de numerosos, filtros culturales, los mismos que le permitían viajar a Marruecos y contar esa andanza como una visita a la Roma clásica.
"Lo que hace de un hombre un genio o, mejor dicho, genial su trabajo, no son sus ideas nuevas, sino esa idea obsesiva de que lo ya dicho no lo ha sido suficientemente". Las obras de Delacroix, en París, en Tours, en Chantilly o en Ruán, repiten incansables su elogio de la pincelada y la convicción del pintor de que "realismo es una palabra carente de sentido". Todas las exposiciones se abren al público el 7 y el 10 de abril y durarán hasta el 20 de julio.
Babelia
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