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Un cero finito

Llevan dos semanas con frágiles palitroques que enarbolan, medidos, silenciosos y educados, sus justas reivindicaciones a las puertas del Ministerío de Educación, en la calle de Alcalá. (La madrileña calle, que diría el cronista al uso, para quitar hierro). Son investigadores jóvenes; basta ver su aspecto. Son hombres y mujeres que, tras graduarse en la Universidad, han pasado seis años al menos en tareas de aprendizaje. Ya están formados, ya pueden producir, ciencia.Pero la Administración les ofrece solamente empleos precarios, pan de hoy y hambre de mañana. No tienen 1.500 taxis para paralizar Madrid, como lo hicieron otros tantos taxistas hace no demasiados días, ante la tolerancia de las autoridades. Ellos sólo tienen ciencia que ofrecer, investigación: conocimiento. Pero, por lo visto, éste no es un requisito para cumplir los criterios de Maastricht y acceder a la moneda única. Sin duda no lo es.

La media europea de investigación es el 2% del producto interior bruto; la española es el 0,8%. No es el cero y el infinito político de Koestler; es un cero limitado, pobre y casi tísico: un cero finito. El 2% no figura en los cacareados criterios convergencia para aceder a Maastricht (sólo faltaría que los cantara Julio Iglesias a guisa de propaganda); por eso, nosotros nos conformamos con más de un punto menos. En estas circunstancias, las expectativas que es aguardan a estos jóvenes investigadores son, como ya he dicho, la precariedad, la inestabilidad, la calle, en fin, formulado con cierta elegancia.

Al Ministerio de, Educación y Cultura le han quitado de verdad el rótulo de "Ciencia". ¿0 no? Si no es así, ¿de qué se trata entonces? ¿De que "inventen ellos", según la desdichada frase de Unamuno? ¿De que estemos invocando todo el día a Ramón y Cajal como la gloriosa excepción del acientifismo español? Parece que ahora nos traemos al doctor Barbacid; en su momento se hizo cuanto se pudo para que se fuera. A lo mejor estamos haciendo lo mismo ahora con alguno de estos muchachos que han desplegado sus pacíficas y frágiles pancartas frente a las gigantescas puertas -el poder es el poder- del Ministerio de Educación y Cultura, ya que no de Ciencia.

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El problema no es de hoy; la Administración anterior creó un gran número de becarios; a ésta sólo se le ha ocurrido ahora reconvertir ese superávit de becarios en empleos inestables y, desengañémonos, en desembocaduras hacia la inutilidad y la abdicación del esfuerzo. ¿Argumentos? EI de siempre: no hay dinero. Pero para aumentar las plusvalías de las empresas sí lo hay. Para tener una industria armamentística vigorosa sí lo hay. Para lo que hay, lo hay. Nuestro déficit en ciencia es patente, y no seremos verdaderamente europeos mientras sigamos siendo tributarios, como hoy lo somos, de las patentes foráneas. No voy a recordar que la investigación es indispensable para el genuino desarrollo, aunque a veces te obligan a ser obvio.

Supongo que no queremos conmemorar. lo peor del 98 cien años después: el "que inventen ellos" y el horror a la "japonización de España", otra frasecita ésta de don Miguel de Unamuno, que era un genio, pero que, cuando metía la pata, la metía a fondo. Hace cien años teníamos 20.000 universitarios; ahora hemos superado con creces el millón, pero la Universidad, si no es creación de ciencia, como postuló Humboldt, no es nada de nada, y el número de estudiantes dista de ser en si mismo índice de salud .

En todo caso, esa Universidad millonaria de estudiantes sera enseñanza secundaria de tercer grado, formación profesional superior, instrucción para adultos con ganas de progresar en sus empresas, como repite la publicidad.... además de rutinario expediente para las jóvenes generaciones que a los 18 años no pueden, en su inmensa mayoría, dedicarse a otra cosa que no sea fatigar las aulas o los aularios de la embarazada alma máter; esa Universidad, digo, será lo que se quiera, pero nunca la institución verdaderamente moderna y científica que el país necesita.

Hace años, un dirigente socialista -verdad que un poco anacrónico el hombre- dijo que la nuestra era una Universidad "apañadita". Es decir, un apaño, una compostura, un reparo, un remiendo, por seguir al diccionario, o bien una institución que no nos da ciencia legítima, sino su simulacro, si utilizamos en sentido figurado otra posible acepción de apaño. En fin, apaño, chapuza, avío, conveniencia, lo mismo. da: algo circunstancial, espurio y perecedero. Y el dómine lo proclamaba satisfecho. Pero la realidad es que con esta Universidad "apañadita" seguimos estando en lugares poco dignos en los currículos de la comunidad científica mundial. Eso sí, siempre tenemos a mano a Cajal, a Severo Ochoa o al doctor Barbacid. Y nuestros ayuntamientos estarán dispuestos siempre a darles los nombres de tan grandes científicos a sus calles, callejas, colegios, museos, hospitales, parques, boleras y polideportivos. Por el nomenclátor hacia la ciencia. "Que inventen ellos".

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