Dinero de barrio
Contra lo que podría presumirse, a los hipermercados ya no les va tan bien. La población ha vuelto a sopesar las ventajas de comprar en el barrio, ser atendida personalmente y no enredarse en compras superfluas. La ley de Comercio española que limitaba el establecimiento de las grandes superficies en beneficio de los pequeños comerciantes y en protección de la amenidad ciudadana se ha visto favorecida por esta tendencia hacia lo menudo y lo local. Una inclinación que si en España se detiene, más o menos, en comprar al tendero del barrio, en Estados Unidos se amplía ahora a pagar en dinero de barriada.Jaque al dólar es el título de un capítulo de un libro que publicará pronto la editorial Planeta a Carlos Fresneda y cuyo título La vida simple o La vida sencilla, está aún por decidir. Lo decisivo es, al margen de su rotulación, su postulación y la batería de noticias frescas de las que se sirve, una de ellas referida a la creciente compra en el comercio pequeño y local. En decenas de ciudades norteamericanas y a lo largo de 38 estados de los 50 que componen la Unión se está emitiendo dinero al margen del dólar que no sirve para comprar en el centro comercial. Hay dinero Kau Hours en Hawai, Barter Bucks en Kansas, Valley Dollars en Massachusetts o Mountain Money en Carolina del Norte. La moda no deja de desarrollarse a lo ancho de la nación. Contra la pretensión de la dolarización del mundo, los norteamericanos son los primeros en reaccionar. Contra la eurocización de Europa, los europeos algún día regresarán a pseudopesetas o pseudofrancos que retornen la identidad de la comunidad.
Por el momento, los norteamericanos buscan ganar su diferenciación con estas acciones que tienen tanto un punto de infantiles como de simbólicas. "Los dólares -declara Paul Glover, inventor de la emisión paralela- se han convertido en un instrumento alienante al servicio de unas fuerzas destructivas que escapan totalmente a nuestro control". Con el dinero local sienten las cosas más manejables, y la legislación norteamericana no impide absolutamente hacerlo así.
En Estados Unidos, no puede acuñarse moneda metálica y los billetes paralelos han de ser de menor tamaño al dólar, pero ¿qué importa eso? Los billetes poseen el aspecto de bonos de un parque o de unos grandes almacenes pero valen igual que los demás una vez que, como viene sucediendo, un conjunto de ofertas acuerdan aceptarlos. Con billetes Horas de Ithaca (30.000 habitantes, 300 kilómetros al norte de Nueva York) no sólo puede hacerse la compra diaria para la casa, puede pagarse el alquiler de la vivienda, abonar la factura del dentista, darse un masaje, tomar lecciones de japonés, echarse el tarot, hacerse un piercing o cenar en los mejores restaurantes de la ciudad. Una revista de la localidad que gestiona Paul Glover, Hour Money, emite los billetes con el respaldo de las tiendas y cada vecino puede cambiar 10 dólares por una Hora. Las fracciones son fracciones de hora. Tal como dice el reverso de los billetes: "El tiempo es dinero".
El tiempo es dinero significa, además, que no solamente existe el dinero. Ese mismo dinero lo recuerda: hay otras cosas y muy importantes en la vida que no se adquieren con más trabajo, ni con mayor capital, ni con más compras. No sólo este dinero alternativo pone en cuestión el dólar: pone en cuestión cualquier moneda. A los hipermercados se va a comprar y algo más, a los pequeños establecimientos de toda la vida se iba a comprar y a algo más. La transacción comercial no incluía exclusivamente dinero sino también intercambio humano, cotilleo, conversación.
Todo el libro de Carlos Fresneda es una vindicación de una manera de vivir alternativa a la que han traído los peores adelantos. Y es una manera diferente de relacionarse con las cosas, con la riqueza y con los otros. Un nuevo modo, en fin, de estar aquí en correspondencia con un nuevo sentido de disfrutar de los objetos sin que se pierda de vista (y de tacto y de olor) a los sujetos.
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