Volver del precipicio
DE VUELTA de la última cornisa del precipicio, la nueva guerra de Irak no sucederá... por ahora. El presidente Clinton confirmó anoche que Estados Unidos aceptaba los términos del acuerdo firmado horas antes por el secretario general de la ONU, Kofi Annan, y el viceprimer ministro iraquí, Tarek Aziz. Es una excelente noticia, puesto que una operación de devastadores bombardeos sobre el país del Fértil Creciente, que era tan desproporcionada en el riesgo de pérdida de vidas humanas como ineficaz en su propósito de destruir las presuntas armas de destrucción masiva de Bagdad, ya no será necesaria. La fórmula del acuerdo, aunque mal conocida todavía, apunta a que éste sea más duradero que los anteriores.La amenaza militar norteamericana ha sido decisiva; sin la eventualidad de que la ira de Washington pudiera desencadenarse sobre el país, el dictador iraquí no habría accedido a que se registre durante todo el tiempo que haga falta, todos los recintos presidenciales que haga falta, y por los mismos inspectores que hasta ahora habían hecho falta, para asegurar al mundo que Irak ya no posee armas de destrucción apocalíptica. Clinton anunció ayer, no obstante, que las tropas norteamericanas se mantendrán en la zona del Golfo; y que si en esta ocasión Sadam no cumple escrupulosamente los acuerdos, "las consecuencias serán muy serias".
El suspense se ha mantenido hasta el último momento. Es verdad que Kofi Annan emprendía una misión muy distinta a la del entonces secretario de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar, en 1991, para tratar de impedir, inútilmente, la guerra del Golfo. El diplomático peruano casi iba por su cuenta a Bagdad, mientras que Annan hacía mucho más de mensajero que de mediador; iba con un paquete cerrado que había recibido el apoyo previo de Estados Unidos y de su matizado contradictor, Francia. Nadie podía llamarse a engaño, pero cuando se va hasta el borde, no siempre se sabe regresar.
Los términos consistían en que no se cedería en nada de lo que mitigue la rendición de Sadam Husein a las exigencias internacionales. Para poner algo de celofán al ultimátum, se admitía que a los inspectores de la Unscom se les sumaran algunos diplomáticos de diversos países, y que la ONU permitiera desde ya que Bagdad exporte petróleo por valor de 5.200 millones de dólares en lotes semestrales, en vez de los 2. 100 que vendía hasta ahora, para comprar alimentos y medicinas.
Por todo ello, ese maestro consumado del alambre que es el tirano iraquí podrá presentar el acuerdo a una parte de su opinión pública y del radicalismo árabe-islámico como un éxito de su diplomacia y un premio a su arrojo. No sólo, se asegurará, ha toreado a la mayor potencia de la tierra durante meses, sino que logra algunas ventajas, sin duda muy menores, sobre los desnudos mandamientos anteriores de Estados Unidos.
Todo ello forma parte de la cosmética con que se adorna el imaginario colectivo de los pueblos, y especialmente el del mundo árabe, tan poco sobrado de éxitos en su enfrentamiento secular con Occidente. Si un poco de commedia dell'arte sirve para que no haya un inútil derramamiento de sangre, santo y bueno. Occidente ha impuesto su concepción de lo que es la seguridad intemacional, lo que difícilmente es reprobable, al margen de los medios con que un día pueda ponerse en práctica; y un dictador ha encontrado la hoja de parra que le permite a su pueblo hurtar el cuerpo a la catástrofe. ¿Quién podría quejarse?
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