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El envilecimiento

Josep Ramoneda

La vida ha querido que coincidieran en el tiempo la muerte de Fernando Abril Martorell y la aportación de Luis María Anson a la crónica del envilecimiento de la vida pública española. A través de la figura de Abril Martorell, la ciudadanía descubrió que la democracia es un difícil equilibrio entre defensa de las propias posiciones y pacto con los adversarios para la resolución de los problemas fundamentales. La desbandada de UCD fue uno de los precios que se pagaron por la ingente tarea de desmontar un régimen y construir otro.Después de que el país pasara las grandes turbulencias del cambio de régimen de la mano de UCD, llegó el PSOE con sus 10 millones de votos y dio la impresión de que la aventura había terminado, de que cumplida la alternancia, con un partido sólido y muy aceptado, la normalidad democrática había llegado. Y era cierto; sólo que no se tuvo o no se quiso tener en cuenta un elemento capital: la falta de cultura democrática de un país en que sus episodios de ejercicio de las libertades públicas se cuentan con los dedos. Y así empezó la construcción del envilecimiento de la vida pública española.

En el origen está el PSOE, aunque después reaparezcan los que venían de lejos, es decir, de las oscuridades del franquismo. El PSOE llegó con la ciudadanía embabiecada esperando el milagro de la democratización de España, y en una legislatura consiguió la consagración del desencanto. Sólo puede desencantarse quien estuvo encantado y, sin duda, la progresía de este país tenía que pasar la prueba del principio de realidad que, como es sabido, empieza advirtiendo de que no hay final feliz y sigue confirmando que el mundo no es como lo esperábamos. Pero entre la jauja democrática y el inmovilismo de los ochenta había mucho espacio para construir, simplemente, un país con cultura de sociedad abierta y crítica, para desarrollar la experiencia democrática que España no había tenido nunca. Por comodidad, por inseguridad, por esta pérdida de sentido de la realidad que embarga a los poderosos, porque ellos tampoco tenían experiencia democrática, más allá de los devaneos resistenciales, o por todas estas cosas a la vez, los socialistas se instalaron en una cultura de lo jerárquico, con un Gobierno y un partido entregados al servicio del líder carismático, contra el que no se veía ni contestación ni límites. Cualquier tentación de moverse se pagaba con la exclusión de la foto. Cualquier barbaridad o irregularidad se perdía en el inacabable pozo de la impunidad de un Gobierno convencido de que delante de él no había nada, tomando la nadería política de la derrotada oposición conservadora por la realidad del país.

Y en éstas entraron en acción los otros. Le costó a la derecha muchos años superar la derrota: la derrota del franquismo, la derrota del golpe de Estado y finalmente la derrota a manos del PSOE. Cuando empezó a levantar cabeza González apareció como una montaña insalvable. Con lo cual se acabaron de romper todas las reglas del juego. Y pasamos del amodorramiento colectivo de los años de mayoría absoluta al estallido del envilecimiento. La democracia asistía a la transmutación de papeles que pone en peligro lo fundamental: la confianza en la función de cada institución. Los periodistas se convertían en salvadores de la patria a disposición de estrategias políticas, algunos jueces ofrecían sus servicios para estrechar el cerco, algunos financieros prestaban sus dineros, y el principal partido de la oposición sacaba tajada, cubriendo sus insuficiencias con tan amplio arsenal de apoyo.

La dejadez democrática del periodo anterior había permitido que se dieran los conocidos casos de sangre y de dinero, los GAL y la corrupción. No habían funcionado los mecanismos para asumir las responsabilidades correspondientes, porque no entraba en la cabeza de aquellos gobiernos que pudieran exigírselas. Y la realidad de lo que ocurrió bajo las alfombras y en los sótanos entró en choque con la coalición de intereses que se había tejido enfrente. Con los resultados de todos conocidos. La alternancia, por supuesto. Pero también un envilecimiento de la vida pública que si por un lado obliga al PSOE a no eludir, con esta coartada, ninguna de sus responsabilidades, por otro exige la mayor vigilancia posible sobre el PP, porque los medios que se utilizan tienen que ver mucho con la manera de ser de cada uno y porque es legítimo sospechar que algunas hipotecas tienen pendientes con los esforzados líderes de opinión, jueces y empresarios que trabajaron noche y día para llevarles al poder.

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