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El liderazgo americano

Joaquín Estefanía

Al mismo tiempo que en Europa, y en otras muchas partes del mundo, se discute con pasión el hiperliderazgo de Norteamérica en los asuntos políticos, económicos y culturales, y se hace una equivalencia casi mecánica entre los conceptos de globalización y americanización del planeta, en el seno de los Estados Unidos se critica la tendencia al aislacionismo y la falta de pulso ante lo que sucede en el mundo.Los protagonistas son centenar y medio de políticos, intelectuales y empresarios, y el pretexto es la reciente crisis asiática. Cuando los efectos de esta última parecen diluirse en una cierta normalidad con altibajos y sobresaltos, un pequeño número de ciudadanos muy representativos -ex presidentes como Carter o Ford; ex secretarios del Estado como Christopher, Vance, Haig o Kissinger; de Defensa, como Brown; del Tesoro, como Bentsen o Blumenthal; de Trabajo, como Reich; ex presidentes de la Reserva Federal, como Paul Volcker; directivos de bancos y multinacionales, etcétera- han recurrido al viejo método de los abajo firmantes y publicado un manifiesto en el New York Times del pasado miércoles, en forma de carta abierta al Congreso, titulada "Ha llegado la hora de que EE UU ejerza su liderazgo en cuestiones mundiales clave".

El encabezamiento resume la tesis del escrito: "Los que nos hemos reunido para firmar esta declaración somos republicanos y demócratas. Tenemos experiencia en el Gobierno, en los negocios, en el campo laboral y en otros ámbitos. La peligrosa tendencia al abandono de las responsabilidades del liderazgo mundial nos tiene preocupados. Esta clase de aislamiento moderno perjudica gravemente los intereses estadounidenses". Para los firmantes, la crisis asiática es el caso más urgente sobre el que actuar, y temen que aumenten las presiones proteccionistas ante la reducción del PIB que se prevé para el año en curso. Demandan una nueva arquitectura de las instituciones financieras internacionales, consistente en el diseño de mecanismos para que los inversores y los acreedores soporten también el peso de las crisis, una mayor transparencia financiera, el establecimiento de modelos comunes de contabilidad e información, y la mejora de la supervisión financiera. Pero lo más significativo son las medidas que proponen para que EE UU ejerza su liderazgo:

-Cumplir con los compromisos financieros que el FMI necesita para ser eficaz en las crisis: los recursos del Fondo no son costes presupuestarios, sino préstamos a devolver con intereses ("En el caso de México todos los préstamos fueron devueltos y México ha recuperado un crecimiento significativo").

-Pagar los 1.000 millones de dólares que debe a la ONU por cuotas atrasadas: la sempiterna deuda no hace sino reforzar la impresión, cada vez más arraigada, de que EE UU desea ir por su cuenta y separarse de las instituciones multilaterales clave.

-Mantener la flexibilidad actual del Departamento del Tesoro en cuanto al acceso al Fondo de Estabilización de Cambios: este fondo no ha tenido una falta de pago en toda su historia.

-Aprobar una nueva autoridad negociadora del fast track (vía rápida): todos los presidentes, desde principios de los años setenta, han tenido autoridad para entablar negociaciones destinadas a reducir las barreras comerciales. Esta autoridad ha desaparecido por culpa del Congreso y el presidente Clinton la necesita más que nunca.

Los firmantes recuerdan que la globalización ha dejado ciudadanos rezagados, y que existe la obligación de ayudarlos con redes de seguridad, educación, programas de reciclaje y ayudas varias. Con su llamada de atención parecen responder a la historia de aquel sabio que había estudiado durante toda la vida y sabía todas las respuestas posibles, pero estaba desesperado porque nadie le hacía preguntas.

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