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Sin puntos de fuga

Alumbrado en Calzada de Calatrava, Ciudad Real, el 24 de septiembre de 1951, Almodóvar ha roto el mito del manchego quijotesco, o recio en palabras de cualquier poeta del 98, y lo ha sustituido por otros adjetivos hasta su nacimiento desconocidos en estos lares donde la envidia es moneda de curso. Nadie es agorero en su tierra. Calzada de Calatrava, a bote pronto, no parece tierra de profetas, con sus casas blancas, la paz de sus callejas y el sol que quema hasta de sesgo. No se antoja un terruño de agitadores, revolucionarios, rojos y gentes de mal vivir a decir de los detractores del manchego. Y desde luego no es un lugar donde el color de los habitantes, sus vestidos y cabelleras se tiñan de mil colores como sucede en las capitales de la moda. Almodóvar, en La flor de mi secreto, la rueda como un pueblo de todas las Españas que invita a la contemplación. Así, tampoco es de extrañar que el talento, en este caso, se origine con una propuesta de calma, pues al talento le urge, en la vorágine de la creación, un espacio de reflexión. La desmesura intelectual de Almodóvar, su capacidad de trueque, de adaptación, cabe incluso en Calzada de Calatrava, y es que el personaje no tiene puntos de fuga.Sería un despropósito enumerar la cantidad de premios recibidos por Almodóvar, y hacer quinielas sobre los que recibirá, y también recordar todos sus trabajos, que pasan por la música, las artes plásticas y la literatura. Almodóvar toca en todos los palos, y siendo el suyo el cine, en todos tañe con acierto. Se le ha tachado de gran provocador, adjetivo que se ha ganado, en principio, a pulso. La realidad de hoy, que parece virtual de tergiversada, es mojigata, cerril y bastante clerical. Los provocadores de la sopa boba menudean en el arte, escupen invectivas, se meten con el vecino y orinan en el tiesto de los gobernantes. Son estas provocaciones párvulas, que tienen como fin ganar dinero y destruir. Un personaje de Ciudadano Kane decía que, en esta vida, si la intención sólo es ganar dinero es fácil hacerlo. Lo de destruir es sencillo, vale con coger un bate de béisbol y romperle -las piernas al enemigo. La provocación de Almodóvar, en vez de destruir, construye. Se ha escrito que su genialidad radica en narrar situaciones surealistas con verosimilitud, dichosa palabreja, y retratar mediante la deformidad el fin del milenio español. Algunas de las historias de Almodóvar han sucedido en la realidad, la de sus conocidos y amigos, y, respecto a la deformidad, el día a día supera a la ficción. El manchego no es un provocador por excelencia, lo que ocurre es que sí es un hombre que conoce su tiempo, el nuestro, que es el del caos, un hombre que sabe analizarlo con una profundidad intelectual, una agudeza y una mala leche ajenas a su época. Lo natural del genio es adelantarse a sus fechas, ahí Almodóvar tampoco se sale del guión. El lo traza, él lo dirige y él sabe de sobra a lo que juega. Su provocación construye porque, en cualquiera de sus películas, de la trama, de los personajes y de sus tormentosas relaciones se extrae una moraleja, nunca una moralina. En sus cintas, el hombre, a pesar de la adversidad, sobrevive, y lo consigue aferrándose a sus convicciones, que, por fortuna, son sus dudas. Liberto Rabal, en Carne tremula, camina de su pasado a su futuro, y ese pasado le persigue en forma de duda, entre lo que perdió y lo que alcanzará conociendo que la victoria será un fracaso. Ese es el valor natural de la libertad, la utopía; de modo que Almodóvar, su cine, sirva la redundancia, no es uno libertino, sino uno libertario. Cuando Penélope Cruz pare en un autobús, en los preámbulos de la transición, lo que está haciendo es dar a luz a la democracia. Es la metáfora de nuestra historia reciente, una carrera a contrarreloj, en un autobús, en medio de las calles vacías, de la nada que dejó el franquismo, un niño que nace de la contingencia, que crece, se enfrenta a su pasado y al cabo se desarrolla en la normalidad del ahora.

Entonces, qué ocurre, por qué coño a Almodóvar, el padre del cine español actual, uno de los grandes autores del fin del milenio, se le niega el Goya. Será la lacra ibérica, la rabia nacional de la envidia. Ahí tiene un magnífico argumento para su próxima película.

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