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Tribuna:CRÓNICAS JUAN CRUZ
Tribuna
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La mirada

Juan Cruz

En una de las últimas películas de Manuel Gutiérrez Aragón, El rey del río, hay una escena inolvidable: Alfredo Landa comienzaa afeitarse y de su cara llena de espuma blanca sólo quedan sus ojos; su hijo en la ficción, con el que vive un conflicto, se le acerca; en el encuentro de las dos miradas se produce en la de Landa un latido tal de ternura que desde entonces el filme resulta tocado por esa íntima posesión queatrapa al espectador cuando éstese siente personalmente mirado.desde la pantalla y ya la historia del cine es suya. En el último trabajo de Gutiérrez Aragón, Cosas que dejé en La Habana, el cineasta cántabro se ha situado detrás de la cámara con aquella mirada de Landa para construir una historia de amor, juvenil y luminosa, e incluso noble, que con otros ojos hubiera sido filmada -también o solamente- como un dibujo político de buenos y malos en la perversa, larguísima historia de los malentendidos cubanos. Un filme juvenil y hermoso en el que de pronto, en efecto,salta esa capacidad de mirar que ya, pues, no es sólo de la potencia del actor, sino consecuenciade la mano íntima, y por eso sabia, de quien está detrás de la cámara, y en este caso es justo recordar que quien le llevaba la luz a Gutiérrez Aragón era - y ya el verbo lamentablemente es exacto: era- el gran Teo Escamilla.Esa película difícil -por el maniqueísmo con el que podía haberse visto- es uno de los símbolos de la renovada mirada del cine español. Ayer le decía Alejandro Amenábar a Iñaki Gabilondo en una entrevista -a una hora ensombrecida por la terrible tragedia de Sevilla: la mirada del mal en cualquier sitio -que el público ha cambiado: ahora espera el desarrollo de esa mirada española sobre lo que pasa, las películas extranjeras compiten por salir adelante donde antes tenían el terreno abierto, y los cineastas han coincidido en ofrecer esa, renovación de la mirada a un público, que, como ocurrió con la novela en los ochenta, regresa a la ficción española porque es suya y la protagoniza, porque es su propia mirada.

Se han creado nuevos públicos para nuevas maneras de ver la misma vida y se han producido conjunciones mágicas, en las que coinciden personajes y miradas de los más diversos estadios del cine; la lista es interminable, pero ahí están conviviendo personajes como Fernando Fernán-Gómez o Pilar Bardem, González Macho o José Luis Cuerda, Ana Díez o Rafael Azcona, Álex de la Iglesia o Pedro Almodóvar, Fernando Trueba o Gonzalo Suárez, Montxo Armendáriz o Charo López, José Luis Garci o Felipe Vega, Luis Berlanga o Pablo del Amo, Carlos Saura o Maribel Verdú, José Luis García Sánchez o Imanol Arias, Echanove o Cervino... Una lista interminable. No ha sido el esquema de una improvisación, sino el trabajo lento y arriesgado de mucha gente cuyo esfuerzo global podría tener un símbolo, tantas veces incomprendido, en Pilar Miró, a la que esta semana se ha rendido un nuevo homenaje que tiene en su trasfondo la gratitud que guarda la cultura del cine por su apuesta generosa y personal en favor de una industria que tuvo siempre, hasta ahora, el porvenir tachado por su falta de estructura y por su escaso poder ante los circuitos de proyección.

Cuando el mundo del cine reaccionó con tanta pasión como desconcierto ante la barbaridad -reiterada luego por otros medios- que consideraba al cine español que ampararon los socialistas, los famosos 13 años del cine español, como un desastre sin paliativos, no lo hacía en absoluto porque la suya fuera una dependencia política; el cine español ha sufrido mucho para lograr asentarse en estas décadas como un elemento, industrial indispensable para ir completando un panorama cultural innovador, abierto y progresista. en un país que siempre recibió mejor la mirada de fuera.

Y no ha sido, ni mucho menos, sólo el Estado el que lo ha hecho posible, sino que detrás ha habido mucho esfuerzo privado que en misiones de alto riesgo ha ido haciendo que ésta sea hoy la industria más importante, con la inglesa, del más innovador cine de Europa. La prensa internacional se ha hecho eco estos días de los riesgos que padece este entramado español si los estamentos estatales -la televisión, sobre todo- aflojan, como lo están haciendo, su apoyo a la producción privada.

Se ha convertido en un gigante de relativo tamaño el cine español; sus pies son, sin embargo, del barro del que siempre estuvo hecho. Los Goya que da hoy la academia que preside José Luis Borau vienen a certificar sin duda un momento espléndido sobre el que se cierne la mirada de la incertidumbre. Una batalla ya tiene ganada, la batalla del espectador. Ahora sólo falta que los que gobiernan el Estado asuman que están ante una gran industria potencial, aunque hayan sido otros los que comenzaran a estimularla. Gerardo Herrero, el presidente de los productores, lo avisó esta semana: el riesgo está ahí, tiene su amenaza puesta, y el universo del cine sabe de qué material son los pies de esta industria que tiene el antiguo peso de los sueños. La mirada simple de un actor o de un cineasta que de pronto coincide con el alma de un espectador que ya se apropia de la historia como si fuera suya.

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