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Tribuna
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La impotencia de William Jefferson

Andrés Ortega

"El presidente Bill Clinton, herido por un escándalo sexual, se reunió el jueves con el presidente palestino... ". De esta forma empezaba esta semana una crónica de una agencia de noticias muy seria, que reflejaba así cómo los escándalos, que crecen en intensidad, empiezan a paralizar al que se suele describir como el hombre más poderoso de la tierra, aunque en realidad no lo sea. Ahora bien, si el líder de la única superpotencia que queda se ve aquejado de impotencia política, no sólo es Estados Unidos el que se ve afectado, sino buena parte del mundo.Los últimos escándalos han venido a agravar hasta límites difíciles de prever la impotencia de WiIllam Jefferson Clinton. Pero ésta arranca desde mucho antes. En su discurso inaugural del segundo mandato -hace ahora justamente un año, es decir, un siglo en política- Clinton afirmó que "América se ha quedado sola como potencia indispensable del mundo". Quizá no calibró bien todas las cortapisas que se iba a encontrar en el camino en este afán de mandar. Desde entonces hasta el caso Paula Jones, que se ha desbocado con el riesgo de arrastrarle, la impotencia presidencial en política exterior se ha visto acentuada por otros desarrollos.

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Después de todo, junto a Clinton para un segundo mandato en la Casa Blanca salió también elegido un Congreso controlado por una mayoría republicana en el que, significativamente, casi la mitad de los nuevos elegidos carecían de pasaporte. Es decir, que no habían viajado ni, por tanto, les importaba mucho la política exterior de un país que influye de manera decisiva en muchos acontecimientos. Fue este Congreso el que el año pasado denegó a Clinton los medios jurídicos necesarios (el fast track) para negociaciones comerciales internacionales; el que le congeló la partida para devolver una parte de las deudas de EE UU a la ONU ¡porque ésta financiaba proyectos abortistas!; y el que rechazó unos fondos para el Fondo Monetario Internacional (FMI) necesarios para actuar en la crisis asiática.

Algunos se felicitarán de que el gigante se vea atado por los pies, el Gulliver enredado que le llamaba el profesor de Harvard Stanley Hoffmann. Esta impotencia puede ser útil a la hora de frenar algunos ardores, pero tiene muchos efectos perniciosos, como se ha visto esta semana en la incapacidad de Clinton para extraer nada decente de Netanyahu que sirva para retomar el proceso de paz en Oriente Medio. Y si Clinton no lo logra, ¿quién puede? Nadie, pues en algunos casos no le falta razón en lo de indispensable, lo que puede significar potencia necesaria pero no suficiente.No se puede decir que Paula Jones o Monica Lewinsky hayan paralizado el proceso de paz entre palestinos e israelíes; aunque algo han tenido que ver. Pero Estados Unidos no puede funcionar con un presidente cuestionado de esta manera, obligado a declarar, entre despacho y despacho, seis horas seguidas por un asunto civil en el que las pruebas serán difíciles de aportar. Desde luego, un caso así hubiera resultado insólito en Europa. Sin embargo, el lío en que se ve metido Clinton ha superado ya los límites civiles de una sociedad puritana para pasar a unas alegaciones de carácter criminal, como le ocurriera a Nixon con el Watergate, aunque el origen de los asuntos fuera completamente distinto. La posibilidad de impeachment (destitución) de Clinton lleva al paroxismo esta impotencia, ante la cual lo peor sería la búsqueda de una crisis internacional para volver a recuperar las riendas.

Estados Unidos se ve así restado de liderazgo y autoridad. Y si la impotencia de la única superpotencia se viera acompañada por un proceso de surgimiento de una nueva forma de potencia europea, podría haber una compensación que serviría para llenar algunos vacíos. Pero ni la Unión Europea ni ninguno de sus Estados miembros está en situación de asumir tal papel. Tiempos de confusión.

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