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Tribuna
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Náñigos y boleros

Antonio Elorza

Al escuchar a Fidel Castro en la recepción del aeropuerto a Wojtyla, me vino a la memoria la representación a que asistí hace algunos años de Ecue-yamba 0, de Carpentier. A pesar de lo que suponía la narración por resaltar la dimensión africana de Cuba que reivindica el régimen, no podía éste permitir que la historia de ñáñigos terminase con la triste muerte de Menegildo. Desde fines de los 60, el castrismo tiene que captar cuanto está a su alcance, y en este caso, enmendarle la plana a Carpentier colocando el emplasto de un final feliz, autoelogio incluido.No son, pues, recursos de captación y de manipulación los que le faltan al castrismo, y este viaje de un Papa decrépito, en principio un riesgo para la ideología de Estado, ha sido aprovechado con suma inteligencia. Algo tan trivial como la declaración de la Navidad como día festivo es presentado a modo de signo de apertura política. Luego, a la vista de que lo que pretende la Iglesia es un espacio un poco mayor para su acción pastoral y proselitista, se le concede de momento a cambio de no plantear reivindicaciones políticas. Y a fin de que la recepción del Papa no sea ocasión para que se cuenten los disidentes, da la consigna de que las huestes del régimen acudan a las concentraciones, mostrando de paso la convergencia entre los propósitos sociales del anciano catequista polaco y los del régimen. Además, Castro es un buen devoto.

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Lo esencial, como deseó Fidel Castro desde el momento en que aceptó el reto de la visita, consiste en el espectáculo. Dios y el diablo en la tierra del sol. El Papa anticomunista y el último revolucionario frente a frente. Resulta preciso que la realidad cubana quede fuera de campo y a fe que los informadores de nuestro país están haciendo todo lo necesario para que se cumplan tales deseos. Por ejemplo, el hecho de que las creeencias de procedencia africana, una de ellas la de los ñáñigos, compitan con la ortodoxia católica en el campo religioso, sirve de pretexto para situar la descripción de la Cuba de hoy en el plano de lo real maravilloso, de los Abakuá, Changó y San Lázaro / Babayú Ayé, como si no hubiera otra creencia impuesta desde arriba, el martismo-leninismo, que también actúa en ese terreno, y con todo el peso del Estado, siendo causa sin duda de mayores conjuros y maleficios. Es algo así como cuando describían la España de Franco a través de la romería del Rocío y las procesiones de Semana Santa, presentadas como prueba de un Spain is different, igual que ahora Cuba is different.

Y los cubanos, libres de los males que afectan a las víctimas del pensamiento único, a bailar el bolero -con el estómago vacío casi todos, eso sí- y a lucir una espléndida serenidad ante el adverso periodo especial, recomendación que tanto recuerda a los elogios de antaño a la. madurez de los españoles. Olvidemos el nivel económico de Cuba en 1959 para que encaje el "Creemos en la revolución", sin comillas, pronunciado por Vázquez Montalbán en su entusiasta celebración del paseo de Dios por la isla. Hablemos con los dirigentes de gesto abierto en torno a un mojito, metámonos en el túnel del tiempo para encontrar a Marta Harnecker y, por supuesto, evitemos la experiencia de pasar una temporada viviendo como un trabajador de a pie, que intenta comer y pensar por su cuenta, y sufre la ineficacia del sistema y todas sus formas de control, empezando por los Comités de Defensa de la Revolución. El momento es bueno para el regreso de pasados entusiasmos, pues hasta un viejo luchador como Elizardo Sánchez habla de la legitimación que pueden producir las recientes elecciones y asimila la política de España sobre Cuba a la norteamericana, sabiendo a ciencia cierta que eso es falso. Los teóricos del régimen, puntualiza Montalbán, han pasado de Lenin a Gramsci: lástima que no se note en Granma. Y el cardenal Ortega, añade el escritor, "midió espléndidamente las proporciones" en su alocución televisada. Por supuesto. Como hasta ahora el Papa, tuvo la deferencia hacia Castro de omitir una palabra: democracia.

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