"Soy monógama con mi Stradivarius"
, Anne-Sophie Mutter dice ser "monógama". Solamente mantiene relaciones musicales con su Stradivarius. Ayer, la violinista nacida en Rheinfeldn (Baden) hace 34 años vino directamente desde Múnich a pasar el día en Madrid, vestida de ejecutiva de la cuerda con un traje marrón de falda y chaqueta impecable, para promocionar sus actuaciones en España -los próximos 11, 12 y 14 de marzo en Barcelona, Madrid y Valencia-, donde interpretará las diez sonatas de Beethoven, y de paso hablar de su grabación del Concierto para violín y orquesta número dos del polaco Krysztof Penderecki -que en sólo una semana en Alemania ha vendido 11.000 copias- y su fundación para ayudar a jóvenes talentos. No tenía que tocar una sola nota ante el público pero ella llegó al hotel con su Stradivarius en la caja para posar junto a él y para ensayar en algún rato libre, se supone. Este portento del violín puede no parecerlo a juzgar por su aspecto físico. Más bien ofrece otras pistas. Podría pasar perfectamente por una modelo o por una estrella de cine elegida para promocionar perfumes caros, pero no. Hay algo que la delata. El maletón de madera junto al que viaja y en el que guarda su tesoro y algunos retratos de su hija y su marido, un abogado alemán 27 años mayor que ella y que le llevaba los asuntos a Herbert von Karajan. Siempre viaja junto a estos objetos con alma para dar bofetadas a la nostalgia y las distancias.
"Compré un Stradivarius de 1710 hace 12 años porque Karajan me lo indicó. Y, como siempre, tenía razón", cuenta Mutter, que fue descubierta por el director de orquesta más famoso del mundo cuando contaba sólo 13 años. Ahora tiene dos "por si acaso", y guarda también el Emiliani de 1703 con el que ofrecía sus conciertos de prodigio adolescente, por si las moscas. Pero aquél era un violín del que decía sentirse "prisionera" y la artista alemana tiene pinta de no dejarse organizar y menos por un mero instrumento. Karajan le aconsejó que necesitaba cubrir las máximas tonalidades sonoras posibles y que con el Emiliani no lo conseguiría porque el pobre violín no tenía la suficiente personalidad.
"El Emiliani no tenía la fuerza necesaria, el lado masculino que debe tener también un violín. Lo que encontré en el Strad es que combina la claridad y la transparencia de una soprano con sonidos graves de bajo registro". Desde que convive con su primer Strad no se separa de él. Lo trata como a un hijo y como a un amante, y él le suele ser fiel también, porque, junto a su instrumento, Mutter -a quien el maestro Karajan describía como "el mayor prodigio musical desde la aparición del joven Menuhin"- ha conseguido convertirse en una de las violinistas más grandes del mundo.
Está obsesionada por si sufre, por si le afecta la humedad, el ambiente seco, las flores en el escenario; en definitiva, los cambios bruscos, y asegura que todo juega con el sonido. De hecho, Anne Sophie Mutter afirma que su joya no suena igual en Madrid que en Barcelona. "Es por la humedad", dice, "aquí en Madrid le noto más seco y para las sonatas de Beethoven acompañará más una cierta sequedad en el ambiente porque le da más claridad al sonido y el Auditorio de Madrid tiene una acústica muy cristalina. De todas formas, si la actuación sale mal no será culpa del instrumento, sino de los artistas". Pero la cuestión del ambiente le trae sin cuidado. "No me gusta que todos los conciertos sean iguales. Adoro el riesgo, la aventura, el no saber si se va a poder llegar al final es excitante", asegura a plena carcajada, juguetona, para ponerle emoción a la cosa. "Incluso, con tal de no repetir una actuación, estoy dispuesta a dar notas falsas", afirma con descaro. "De todas formas, es muy difícil dar dos conciertos o dos recitales iguales. En la última gira que he hecho con sonatas de Brahms, unas 25 actuaciones, nos planteamos cómo sería posible que cada uno de los recitales saliera fresco, nuevo y, al, principio, nos sentíamos muy incómodos y encorsetados porque queríamos que todo resultara técnicamente perfecto. Fue a partir de la décima sesión cuando nos sentimos liberados. Empezamos a comunicamos con el público de manera diferente y a entablar diálogos apasionantes entre el piano y el violín".
Es lo mismo que mantenía el director indomable Sergiu Celibidache, que la música era irrepetible, y por eso se negaba a grabar discos, ni vídeos, ni nada por el estilo. Sin embargo, para Mutter hay una diferencia importante que templa !a radicalidad del genial músico rumano. "Que precisamente hay momentos tan únicos y tan especiales que merece la pena conservarlos", cree ella.
Es lo que puede pasar en su gira con las diez sonatas de Beethoven, que grabará en directo este verano. "Es uno de los proyectos más excitantes de toda mi carrera porque cubre 15 años en la vida de este genio y lo ves evolucionar desde muy joven, creo que tenía 28 años cuando empezó a componerlas, hasta la madurez a la que llega en la Opus 90, prosigue Mutter. Otro de los retos de Mutter a lo largo de su vida artística ha sido siempre incluir piezas de compositores contemporáneos en su repertorio y renovar así en lo que pueda lo que se oye en las salas de música. Acaba de grabar el Concierto para violín y orquesta número 2, de Penderecki, un compositor con el que ha colaborado desde siempre, al igual que con el compatriota de éste, Witold Lutoslawski, con el alemán Wolfgang Rihm o con Pierre Boulez, junto a quien ha trabajado sólo como director pero con el que piensa interpretar algunas piezas originales suyas en el futuro.
"Creo que en los años noventa estamos en el buen camino con respecto a esta tarea. La música contemporánea ahora está escrita para la gente. Penderecki, Rihm, Lutoslawski y también Boulez han encontrado un estilo profundo, con alma musical, un estilo que no es experimental, como en los años sesenta, setenta o primeros ochenta, en los que se pretendía echar a la gente de las salas, donde se trataba de impactar al público y construir el mayor número de ruidos posibles para escandalizar. Eso ya se ha acabado y ahora se comprende que la música tiene que comunicar que debe impresionar a la gente no sólo en las mentes sino en sus corazones", asegura la violinista.
Otro de los proyectos de Mutter para el futuro es su trabajo con la Fundación Rudolf Eberle para ayudar a jóvenes talentos. Ella es perfectamente consciente de que no todo el mundo puede tener la suerte que ella tuvo al principio cuando, con 13 años, Karajan quiso conocerla en Berlín y escucharla tocar. De aquella sesión fluyó su carrera. Ese mismo verano el maestro quiso que debutara junto a él en Salzburgo. "Hoy en día hay jóvenes violinistas por los que merece la pena luchar. La fundación trata de enseñarles técnica junto a un buen maestro y práctica junto a buenos intérpretes, además de aconsejarles a la hora de comprar instrumentos porque sé que eso es fundamental y a mí me ayudó mucho tener a Karajan al lado en esos momentos".
De su maestro y descubridor se nota que le gusta hablar. Siempre lo defiende. Si se le pregunta sobre algún lado oscuro de Karajan tuerce el gesto. No mucho; sutilmente. Y si se apunta a lo que ha escrito el crítico británico Norman Lebrecht en El mito del maestro sobre el músico, en el que, además de detenerse sobre sus devaneos nazis, le describe como un director especialista en dulcificar la música clásica para crear sonidos suaves, que le entraran bien al gran público para así vender el mayor número de discos posibles, Mutter ofrece su experiencia personal, junto él. "Era un músico intenso, el más grande. Yo le conocí en la última etapa de su vida y no creo que su manera de ver la música fuera light. Vivía una época en la que envejecer le hacía sufrir muchísimo y ese sufrimiento lo transformó en belleza".
Babelia
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