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Tribuna:
Tribuna
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Una riada de amantes

La espita para la reciente catarata de montajes, de Romeo y Julieta de los más diversos signos y estilos de danza la abrió acaso Peter Schaufuss al recuperar para el London Festival Ballet la versión original de Frederick Ashton -que encarnó entonces la propia madre de Schaufuss, Mona Vangsaae, y que retomó brillantemente Trinidad Sevillano en el Royal Albert Hall.Empecemos por el estreno mundial en Brno en 1938 de la coreografía de Ivo Vána Psota, y, un año después, la de Gyula Harangozo en la Opera de Budapest, articulada como poema danzado en un acto y seis escenas; antes, una línea para el aporte de Bronislava Nijinskaia -que tuvo como asistente coréutico a Balanchine- estrenada en 1926 por los ballets Diaghilev en Montecarlo.

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Doble brindis

Ya en nuestros días, Angelin Preljocaj hizo a principios de los noventa su versión en formato medio (26 bailarines) inspirado en el cómic Tenebrofuturista, para el ballet de Lyón, sin poderse obviar la de Amadeo Amodio para Aterballetto, donde el hallazgo principal fue escenográfico y se basó en los sugerentes módulos de madera virgen que movían y reordenaban los propios bailarines. El gran antecedente estético de este formato está en lo que hizo Birgit CulIberg en Estocolmo en 1969 para 20 artistas, hoy ya un clásico.

En la historia está la versión de Romeo y Julieta que estrenó Maurice Béjart en Bruselas en 1966, con diseños del marroquí Germinal Casado y donde el zaragozano Víctor Ullate encarnó y marcó para siempre el papel de Mercuccio. En España, Ramón Oller estrenó hace dos temporadas su particular y actual visión de la tragedia.

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