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El Centro Getty abre en Los Ángeles un museo del siglo XXI rodeado de polémica

Los detractores del complejo artístico afirman que será "un monasterio cultural"

La inauguración del nuevo Centro Getty, de 1.000 millones de dólares (cerca de 150.000 millones de pesetas), en Los Ángeles, que tendrá lugar oficialmente el 16 de diciembre -aunque a partir de hoy comienza el programa de visitas-, es esperada con una peculiar mezcla de efusivo entusiasmo y melancólico pesimismo. Sus admiradores afirman que, con sus cinco institutos, su programa de becas y su espectacular museo, el Getty se convertirá en un centro excepcional de difusión de las artes. Sus detractores remarcan que el Getty se convertirá en "un monasterio cultural".

Su atractivo internacional convertirá a Los Ángeles en "la ciudad del siglo XXI" y en "la envidia del mundo", sostienen los partidarios. En cambio, sus enemigos critican su polémico emplazamiento, en la cima de una colina situada en el lujoso barrio de Brentwood (en vez de cerca de otros museos de la zona de mid-Wilshire o en el centro de la ciudad). En su opinión, en vez de un diseño seductor, el arquitecto Richard Meler ha creado "una especie de fortaleza". Además, se quejan amargamente de que la identidad y objetivos de esta institución enormemente rica parece tan amorfa y descentrada como la descontrolada masa urbana que caracteriza Los Angeles.Falta por ver si el nuevo presidente del Centro Getty, Barry Munitz, ex rector del enorme sistema de la California State University (que comprende 22 universidades), aportará la visión y el espíritu innovador que, en opinión de muchos, necesita la institución. Hasta hace poco, el Getty era más conocido por su peculiar museo oculto en Malibú, un enclave a orillas del océano en el norte de Los Ángeles que goza del favor de las estrellas de cine de Hollywood.

Herencia para el arte

J. Paul Getty, un rico magnate del petróleo, construyó el museo (una fiel imitación de una antigua villa romana) en 1974 para acoger su ecléctica e irregular colección de antigüedades romanas y griegas, ostentosos muebles franceses y cuadros de viejos maestros. En aquella época, ni la villa ni su colección podían rivalizar con otros grandes museos de EE UU. Pero cuando, en 1982, se asignó la herencia de Getty, los bienes del fideicomiso que fundó en su nombre ascendieron a 1.200 millones de dólares. De repente, el museo se convirtió en el más rico del mundo y la ley exigió a los fideicomisarios de Getty que gastasen millones de dólares al año para mantener su categoría de entidad benéfica.Desde entonces, las innumerables actividades del Getty, que se fueron ampliando hasta incluir muchas otras iniciativas aparte del museo, han sido tan dignas de elogio como cuestionables. A través de su amplio programa de conservación, el Getty ha restaurado innumerables monumentos históricos en todo el mundo, como un mural maya del siglo VIII en México, una tumba real en el Valle de las Reinas de Egipto y, este año, unos frescos del siglo XVII en la iglesia de San Miguel en Ibiza.

En los últimos 10 años, su programa de becas ha distribuido cerca de 60 millones de dólares (unos 9.000 millones de pesetas) en ayudas a historiadores del arte, administradores de universidades y conservadores de 135 países. Pero el valor de otras operaciones no ha estado tan claro, como los proyectos comunitarios poco definidos del Getty que supuestamente impulsan la democracia a través del arte. Y su reputación resultó gravemente dañada por los escándalos en los que se ha visto envuelto su museo. La agresiva participación de sus conservadores en el mercado del arte ha elevado a veces los precios muy por encima del alcance de otros museos, y entre algunas de las adquisiciones polémicas destacan antigüedades falsas y de contrabando.

Con el nuevo centro, el Getty espera recibir un mayor reconocimiento por sus buenas acciones y cambiar la impresión que se tiene de él como centro elitista para académicos eruditos. Deseoso de ganarse la aceptación de la opinión pública (espera atraer a 1,3 millones dé visitantes anualmente, frente a los 400.000 de Malibú), el Getty se vende a sí mismo como lo que se conoce en EE UU como un "lugar para la gente".

El nuevo museo desempeñará un papel estelar en los esfuerzos del Getty por hacerse popular. En los últimos 15 años, sus conservadores han adquirido (a precios multimillonarios) obras de arte indiscutidas que sin duda atraerán la atención, como Los lirios, de Vincent Van Gogh; Entrada de Cristo en Bruselas, de James Ensor; Retrato de Gabriel Bernard de Rieux, de Maurice Quentin de La Tour; El rapto de Europa, de Rembrandt; Adoración de los magos, de Mantegna, y Naturaleza muerta con manzanas, de Cezanne. La colección, que dista de ser general, sigue siendo tan excéntrica como el propio J. Paul Getty, con enormes lagunas y unos misteriosos criterios de adquisición que escapan a muchos críticos. Por ejemplo, el Getty ha coleccionado manuscritos iluminados del Renacimiento y del Medievo con la misma avidez que fotografias del siglo XIX y XX. Hay cuadros europeos de épocas y estilos muy diferentes, entre ellos obras de Tiziano, Poussin, Goya, Turner y Monet. La gama de dibujos abarca desde Miguel Ángel hasta Degas. El diseño de al menos 14 de las 22 galerías del museo pretende evocar los tiempos de Luis XIV y sus sucesores durante la Revolución Francesa como en el caso de un salón sobre la Regencia y uno neoclásico.

Como su colección, la propia metamorfosis del Getty es sorprendente por su coste y ambición, pero confusa por su concepto. No es el Louvre ni el Metropolitan (pero de todas formas es un museo notable), no es una universidad (aunque está lleno de institutos) y no es un parque temático (pero, sin duda, es una especie de atracción). ¿Cuál será el futuro de esta especie de Hidra de múltiples cabezas, bienintencionada pero peculiar? Nadie lo sabrá hasta bien entrado el siglo que viene.

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