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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La barrera invisible

LAS PREDICCIONES de los expertos lo habían anunciado: de no ponerse remedio, el mapa del sida se convertiría en el paradigma de un mundo cruelmente dual, el que separa los países ricos de los pobres. Los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) respecto de la evolución de la epidemia confirman esta fractura. Mientras en los países avanzados las medidas de prevención y los nuevos medicamentos están logrando por lo menos frenar su expansión, en África, Asia y el resto del mundo menos desarrollado la epidemia avanza desbocada. Las víctimas del sida en estos países están tan desamparadas que en la mayoría de los casos ni siquiera saben que han sido alcanzadas por el virus. La OMS calcula que, de los 30 millones de infectados en todo el mundo, 27 millones ni siquiera lo saben. Una epidemia que aumenta a razón de seis millones de nuevos afectados cada año es una bomba de relojería que amenaza a los países más pobres. La enfermedad se está convirtiendo en uno de los principales obstáculos para que puedan avanzar en su desarrollo.El sida ataca al segmento de población sobre cuyas espaldas debe recaer el mayor esfuerzo económico y social. En algunos países del África subsahariana, la infección afecta al 30% de la población adulta, sin posibilidad de tratamiento. La mayoría de los infectados tienen entre 20 y 40 años -la edad más productiva- y su muerte no sólo priva a su país de una fuerza de trabajo y creatividad, sino que deja a los depauperados Estados una carga enorme de huérfanos y ancianos sin amparo.

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La batalla por doblegar el virus ha abierto en el último año una ventana a la esperanza. No hay fármaco capaz de vencer totalmente la enfermedad, pero la combinación de los nuevos tratamientos permite la posibilidad de convertir el sida en una dolencia crónica, como la diabetes. Se trata, sin embargo, de un tratamiento muy costoso: un millón de pesetas al año sólo en fármacos por cada enfermo.

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Existe, pues, una esperanza. Pero, tal como se plantea la lucha contra el sida en el mundo, sólo unos pocos tendrán acceso a ella. ¿Cómo van a aplicar un tratamiento tan costoso países que ni siquiera tienen presupuesto para facilitar preservativos que protejan del contagio? El sida sitúa a la humanidad ante la evidencia de que vivimos en un orden injusto y de que ningún problema de las dimensiones del sida tendrá solución si no se aborda globalmente. O nos salvamos todos, o todos corremos el riesgo de una pandemia. No hay muros de hormigón que protejan de los virus.

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