La adhesión, inquebrantable
Hay sustantivos que tienden a reclamar un adjetivo muy determinado. Así, por ejemplo, la honradez debe ser acrisolada; la lealtad, sin tacha; la religiosidad, ferviente; la puntualidad, taurina; la ambigüedad, calculada; el frío, polar; la lluvia, torrencial; el ruido, ensordecedor; la luz, cegadora; la noche, cerrada; la espada, limpia; la lealtad, inquebrantable. Para lealtad inquebrantable la que cada mañana ofrecían a su caudillo los jerarcas del régimen. Pero esa lealtad funcionaba en una sola dirección, hacia arriba. A su excelencia se le ofrendaba lealtad inquebrantable. Unas veces, como resultado del ,agradecimiento por los alivios o favores atribuidos a su intercesión; otras, por la obligación derivada de latrocinios inconfesables, por implicaciones en la sangre derramada o para hacer méritos y fundar, mejor las aspiraciones de progreso en la nomenclatura. Escuela de mandarines o La fea burguesía, de Espinosa, ofrecen una insuperable descripción de cómo se trepaba por la cucaña del franquismo. Pero el excelentísimo, el generalísimo, quedaba exento de los deberes de reciprocidad. A nadie debía lealtad alguna. En cualquier momento podía proceder a la destitución de quien fuese, cualesquiera que hubieran sido los servicios que de él hubiese recibido en la guerra o en la paz. Así que el tributo de la lealtad inquebrantable pretendía también la función de un exorcismo para ahuyentar el cese sobrevenido por motorista interpuesto. Aprendimos de pequeños que el metro patrón es una barra de platino iridiado que se conserva en un museo de París. Pero durante el franquismo la medida de la lealtad era la de la coincidencia en cada momento.
Lo importante nunca fue qué se decía, sino el grado de identidad o discrepancia con el inquilino dé El Pardo. Pronto se supo que Franco no orientaba su acción conforme a príncipios, sino atendiendo a un objetivo permanente pero móvil: el de su permanencia en el poder. Por eso su trayectoria política viene descrita con precisión en la llamada curva del perro, cuya ecuación reservamos en exclusiva a los lectores de EL PAÍS para el próximo martes. De esa curva compuesta de rectitudes escribía León Trotski en la biografia que dedicó a su admirado VIadimir Ilich Ulianov al referir la prodigiosa curva que, a su juicio, describe la línea recta de Lenin. Y es que, repetimos, la geometría nos tiene advertidos de que la suma de sucesivas rectas infinitesimales, cuya orientación instantánea se dirija de modo permanente hacia un mismo objetivo que se desplace a tenor de las circunstancias variables, da como resultado la curva de la que más arriba se habla.Sabemos que en las maniobras orquestales el principio fundamental es el de la disciplina, incluso por encima del encomiable virtuosismo individual. Hay un periodismo a la moda, como había un Mariage-á-la mode pintado en seis escenas magistrales por William Hogarth, reunidas estos días en la National Gallery, de Londres, para gozo de los invitados a las bodas de oro de Her Magesty the Queen Elisabeth II, que se demoraron unos días más en la capital británica después de los fastos palaciegos y de otros visitantes como el profesor Tomás Poyán, que hacía cola el pasado domingo en Trafalgar Square. Pero, de regreso a Madrid, aquí no hay manera de coincidir a priori con el que entre todos hemos erigido en director de la orquesta mediática. La tarea inicial, cada jornada, consiste en preguntar cuál es la partitura que nuestro director musical ha decidido que interpretemos cada uno con su propio instrumento.
En un área más modesta, esa pretensión de decidir nuestras agendas también se la adjudican a veces los políticos. Así, por ejemplo, es célebre la actitud del Molt Honorable Jordi Pujol cuando rehusa responder aduciendo que hoy no toca hablar de la cuestión que le han planteado. O la del presidente del Gobierno, José María Aznar, que ha optado por seguir esas mañas descalificando la pregunta y al interrogador y reduciendo la materia a la condición anecdótica mientras sugiere a cambio el campo donde él interpreta que residen los intereses reales, aquéllos que son propicios a su lucimiento personal. Extramuros sólo quedan los colaboracionistas con la corrupción y los cómplices de los GAL.
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