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Un debate importante

La política se ejerce irremediablemente a través de pasiones personalizadas. La gente vota unas ideas, o proyectos, pero sobre todo vota a una persona, que es más cómodo fiarse de la apariencia o la presunción, de la credibilidad que un sujeto inspira, y sobre todo de la admiración, que del análisis de las ideas. Creo que ésta es una debilidad de nuestras democracias, pero la cultura de la imagen la refuerza; y así como es más llevadero ver y oír que oír, y esto más que leer y sacar consecuencias, es más cómodo fiarse de alguien que de alguna idea o proyecto concreto. De ahí que el ejercicio de la política tenga mucho de seducción, maquillaje y, en consecuencia, entronización o descalificación.Suele ser más fácil descalificar a una persona que combatir sus ideas, insultar que contradecir, despreciar o ridiculizar que estudiar un asunto y responder. De lo que se abusa, en abundancia, con la ayuda de los llamados medios, que, por muy sesudos que se precien, se dejan llevar por el juicio personal, antes incluso de entrar en el fondo del asunto; eso entre los más serios, pues los más amarillos, que tienen un número razonable de escribas y voceadores prontos para el insulto y el menosprecio personal, centran en ello su virtud. Lo que reduce el debate, en muchos casos, a retórica banal (hay retórica, claro, que no es banal) pero extremadamente eficaz. Destruyamos a una persona y no tendremos que discurrir sobre su discurso; algo así como lo de muerto el perro (con perdón), se acabó la rabia.

Todo lo cual viene a cuento del lío armado con el famoso proyecto de decreto sobre la enseñanza de las humanidades. El proyecto ha nacido con terribles limitaciones: la de su paternidad (en este caso, más bien diríamos matemidad): la ministra de Educación y Cultura, y la de su modo de preparación (no se nos consultó); de modo que el debate se ha producido, primero y sobre todo, sobre la autora; después, sobre cómo lo ha elaborado; sólo en último término sobre la cuestión planteada. Pero una manera estupenda de no debatir la cuestión es descalificar al autor, técnica, por lo demás, muy antigua y aún tradicional, como sabemos muy bien los que hicimos oposiciones a cátedra con la venerable y antiquísima institución llamada vulgarmente trinca. El debate serio, por fortuna, está siguiendo al primer vocerío.

No será necesario que diga que la utilización del argumento ad hominem (en este caso, más propiamente ad mulierem) me pone en guardia contra el vocero, escriba o vociferante, y que a veces me repuga; es una cuestión de gusto personal que los demás no tienen que compartir. Pero sí quiero recordar que en ese proyecto se pretende afrontar una cuestión en la que van implícitos (o explícitos) otros asuntos.

Por ejemplo, ¿existe una historia de España, o ésta es sólo la suma de componentes heterogéneos?, ¿existe una historia de Europa o no? ¿Tiene esa historia, de existir, alguna importancia para la educación y formación de ciudadanos?, ¿conviene que éstos aprendan una cierta conciencia de unidad en la diversidad, o sólo de diversidad entre ellos? ¿Es más atractiva la versión torre de Babel o la de unidad de destino en lo universal, o algo más ecuánime y verdadero? ¿Tiene algo que ver la historia con la verdad? Y, más aún, se habla de un consenso "político", o sea, de políticos. ¿Tienen que decir algo, sobre la enseñanza de la Historia, esos que llamamos historiadores?, ¿tiene que ser la historia un mito descarado, o pueden tener alguna parte en ella lo que los poco originales llaman hechos tozudos?

Y todavía hay otras cuestiones interesantes. ¿Por qué los libros de texto a que me refiero están sujetos a censura previa, que es como debe llamarse la aprobación previa de la autoridad política? ¿Por qué esa censura se ejerce con criterio cantonalista, según se hayan o no transferido las competencias en tal materia? ¿Por qué se entiende, al parecer sin rechistar, que competencia educativa es tanto, entre otras cosas, como competencia del político para fijar los contenidos de la enseñanza? ¿Tiene esto algo que ver con la libertad de cátedra, o ésta sólo es propia de los docentes universitarios, incluidos, por supuesto, los interinos? Algunas personas con el peso indudable de la sensatez han visto que estos y otros problemas estaban aquí planteados, y han avanzado sus opiniones al margen del criterio personal. Es casi un milagro. Desde luego, sin que sea imprescindible hablar de la señora ministra, sería deseable que nadie escurra el bulto sobre el fondo (o los fondos) del asunto. A lo mejor se trata de un debate muy importante, quién sabe.

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