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El ocaso de los 'neobanqueros'

Las acusaciones de fraude derriban a tres financieros mexicanos de éxito

Eran un ejemplo para México: los tres eran emprendedores, sagaces, incansables; los tres resplandecían como pequeños soles en los consejos de administración de sus empresas. Por eso a nadie le extrañó que los tres se abalanzaran sobre el pastel de la banca estatal, privatizada a partir de 1991, y que se llevaran tres suculentas porciones. Pero Carlos Cabal Peniche, Ángel Isidoro Rodríguez y Jorge Lankenau, neobanqueros de moda hasta hace poco, se enfrentan hoy a la justicia acusados de fraudes multimillonarios en perjuicio de cientos de inversores.Corrían los ochenta y los aires liberalizadores empezaban a ventilar la estatalizada economía mexicana. La brisa se convirtió en vendaval a partir de 1988, con la llegada de Carlos Salinas a la presidencia. Las privatizaciones se aceleraron y comenzaron las negociaciones del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá (TLC), que entraría en vigor en 1994. Los bríos modernizadores eran imparables.

Y entonces aparecieron ellos. Prototipos del empresario aguerrido y triunfador, sus perfiles se adecuaban a los cánones del salinismo.

Los tres se zambulleron en el proceso de privatización de los 18 bancos estatales. En 1991,Cabal, llamado El Rey Midas del Sureste, adquirió, con 1.200 socios, el Banco BHC, rebautizado después como Banco Unión. En 1993 compró la Banca Cremi, y un año más tarde fusionó ambas entidades en el Grupq Financiero Cremi Unión. Angel Rodríguez, El Divino, se hizo con la institución Banpaís en 1991. Ese mismo año Lankenau, cuyos métodos gerenciales fueron alaba dos por The Wall Street Journal, adquirió el Banco Confía, uno de los más rentables.

Pero la gloria de estos tres neobanqueros fue efímera. Sus métodos poco ortodoxos y la detección de señales inquietantes hicieron reaccionar muy pronto a la Comisión Nacional Bancaria y de Valores. En septiembre de 1994 las autoridades intervinieron al Grupo Financiero Cremi-Unión. Cabal Peniche no esperó a ver los resultados y puso pies en polvorosa. Detrás de él dejó un complejo entramado de autopréstamos mediante operaciones ilegales y desvío de fondos a empresas fantasma que le reportó, según Hacienda, unos 700 millones de dólares (unos 100.000 millones de pesetas). Similares procedimientos empleó su colega Ángel Rodríguez. En 1995, después de que el Gobierno tomara el control de Banpaís y detectara malversaciones por valor de 600 millones de dólares, El Divino huyó de México.

De la noche a la mañana, los dos personajes se convirtieron en fugitivos de lujo. Cabal, que había alquilado una mansión en Majadahonda, cerca de Madrid, logró escapar a un operativo policial en julio de 1995. Desde entonces rueda por el mundo con un ejército de detectives pisándole los talones. Rodríguez, menos auddaz, cayó en manos de la justicia española un año más tarde.

El último en sucumbir ha sido Jorge Lankenau. El banquero norteño se encuentra en arresto domiciliario desde el pasado agosto, después de que las autoridades le acusaran de haber defraudado 370 millones de dólares a varias decenas de inversores que buscaban paraísos fiscales.

Todo esto ha soliviantado los ánimos de la población, que se pregunta qué clase de privatización fue esa que abrió las puertas a "arribistas" y "delincuentes". Todavía bajo los efectos de la crisis económica que sacudió a México en 1995 y que hizo retroceder la capacidad adquisitiva de los asalariados en un 30%, la ciudadanía pone el grito en el cielo ante los enormes costes que ha supuesto el saneamiento de estas tres entidades financieras.

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