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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Trampa a Colombia

EL PASADO domingo se celebraron elecciones locales en Colombia y éstas, por el solo hecho de celebrarse más allá de unos resultados que mantienen las espadas en alto entre liberales y conservadores, supusieron un éxito importante para el país. La guerrilla no logró impedir las votaciones y, lo que es más significativo, la afluencia al voto, de cerca del 50%, batía todos los récords en un país donde apenas se suele rebasar el 30%.Los comicios locales han apuntalado la política del presidente Samper en unos momentos en que su figura no goza de alta estima. El desprestigio de Samper entre gran parte de la clase política -que da crédito a su culpabilidad en la aceptación de dineros del narcotráfico -es inmenso, pero no está claro que ese baldón se extienda igualmente a toda la ciudadanía. Por ello, los meses que faltan hasta las elecciones presidenciales colombianas de mayo de 1998 van a ser muy movidos no solamente en el frente interior, con sus guerrillas, sus planes de paz o su trifulca entre candidatos, sino también porque Estados Unidos no parece resignarse a que Samper acabe su mandato o a que pueda vencer su sucesor designado, el también liberal Horacio Serpa. Una publicación norteamericana anunciaba esta semana lo que en Bogotá se sabía ya: se está debatiendo en Washington si dar a conocer presuntas pruebas contra Serpa que lo vincularían al narcotráfico, como ya se hizo en su día, sin éxito, con el propio Samper para forzarlo a dimitir.

Ahí desempeñaría un papel Washington, sobre todo si anunciase previamente que una victoria de Serpa garantizaría una nueva descertificación de Colombia en la lucha contra el narcotráfico. En la práctica, esa declaración entrañaría la pérdida de ayudas diversas, pero, sobre todo, sería un aviso de que EE UU tampoco va a cooperar si Serpa fuese el nuevo presidente, con todo lo que significa de desinversión y zancadillas exteriores.

Paralelamente, esa intervención -que podría volverse a favor de Samper, supremo maniobrero de las pasiones populares antinorteamencarias- favorecería a otro candidato, también liberal, Juan Manuel Santos, que propuso recientemente en Madrid un plan de negociaciones de paz con la guerrilla, en el que Samper no estaría presente, puesto que ésta, más antisamperísta que nadie, habría dicho que sólo trataría con el sucesor del presidente. Un plan tocado por los buenos resultados de Samper en las elecciones del domingo.

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Los intereses de todos los actores son tan personales, al menos, como nacionales. Washington quiere que caiga un presidente o que no le suceda su hombre, porque Clinton tiene la necesidad de mostrar que actúa contra la droga, que afecta tan gravemente a la juventud norteamericana; Samper necesita a Serpa como sucesor para garantizar que no se reabre ningún proceso contra uú persona, después de que fuera exonerado por un Congreso en el que eran mayoría sus correligionarios, y algunos de los candidatos rivales están dispuestos a jugar con quien sea para abocar a Samper a la dimisión, lo que equivaldría a dañar muy seriamente a Serpa.

La actitud de Wahington sería más entendible si tratara con igual dureza a todo el mundo, aliado o neutral. Lo que necesita ahora Colombia es que sus ciudadanos decidan y que el juego esté bien a la vista. Este país debe salir con extrema urgencia de una situación en la que lo que está en cuestión es su propia existencia como Estado. Hasta tal punto se han deteriorado las cosas.

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