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Blair se euroenreda

Andrés Ortega

"Quiero cambiar Europa". Poco después de esta tajante declaración en una entrevista Tony Blair se ha enredado, con el riesgo de que Europa le cambie a él. Por vez primera en su corto pero activo mandato, Blair y su Gobierno han dado la sensación de confusión, de no controlar la situación, o, al menos, de encontrarse pillados en serias contradicciones económicas y políticas. Ante la perspectiva abierta por una pronta integración en la moneda única -que filtró tres semanas atrás el Financial Times y que llevó a una subida de las bolsas y a una caída de la libra-, Blair y su canciller del Exchequer, Gordon Brown, han tenido que echar el freno: no habrá integración en la primera oleada, en 1999; y probablemente no habrá integración en esta legislatura (que puede durar hasta la primavera del 2002). Esta vez, la libra subió y cayó la Bolsa. En principio, nada ha cambiado. Vuelta a la casilla de partida. ¿O no?Blair lo tiene difícil. Hay razones poderosas que frenan una pronta decisión sobre la moneda única. En contra de sus predecesores, no se trata de razones fundamentalistas respecto a la pérdida de soberanía, ni de que el Reino Unido no cumpla, de sobra, los principales criterios de Maastricht en materia de déficit o inflación. Incluso, con una mayor flexibilidad estructural de la economía británica, incluido el mercado de trabajo, ésta estaría mejor preparada para vivir con tranquilidad en la moneda única. El problema central es el ciclo económico británico, que -más próximo al estadounidense- va adelantado respecto al continente y lleva a mantener unos tipos de interés cuatro puntos por encima de los alemanes y una libra sobrevalorada. Entrar pronto en la moneda única sin generar inflación (lo que Maastricht no permitiría) obligaría a devaluar la libra, bajar los tipos de interés y enfriar anticipadamente la economía. Es decir, a un durísimo ajuste fiscal, bien sea recortando el gasto e incumpliendo sus promesas de acción, bien subiendo los impuestos sobre la renta, probablemente en más de 10 puntos: un imposible para el nuevo laborismo.

La entrada a más largo plazo para el 2002, cuando empiecen a circular los billetes y monedas de euro y cuando los diferentes ciclos económicos pueden haber convergido, con suavidad, es para Londres una hipótesis plausible. Pero Blair ha de cumplir antes, su promesa de un referéndum. Lo cual complica la situación y el calendario, si no quiere contaminar las próximas elecciones.

Blair no, parece controlar la situación, y la tristeza de esta semana- de su canciller del Exchequer, Gordon Brown, ferviente partidario del euro, así lo refleja. Brown ha anunciado una declaración parlamentaria sobre esta cuestión para hoy mismo. ¿Conseguirá así retomar la gestión de este endiablado calendario? Desde luego, el Gobierno de Blair ganaría mucha influencia en Europa si lograra adelantar no ya si, sino cuándo, tiene la intención de entrar en el euro.

De otro modo, el Reino Unido tiene mucho que perder. Pues su nueva opción europea perdería credibilidad. Ya la no participación inmediata en el euro va a suponer una merma considerable de influencia, justamente en los años' de formación de la unión monetaria, en que se van a tomar importantes decisiones y en que empezará a funcionar el consejo económico informal de los que estén dentro. Como bien sabemos los españoles, participar en el euro es una condición necesaria, si bien no suficiente, para influir en una UE que tiene otros temas de gran importancia en la agenda, desde las finanzas hasta la ampliación, pasando por la reforma de la Política Agrícola Común.

¿Se va a limitar Blair a presidir -con buena fe e imparcialidad, como ha prometido a Helmut Kohl- el Consejo Europeo que en mayo próximo ha de decidir quiénes pasan la selectividad y a qué tipo de cambio renuncian a sus monedas nacionales en favor del euro? Será el punto culminante de la presidencia británica del Consejo de la UE. Pero a Blair no le gusta el papel de mirón. Triste consuelo el de presidir sin participar. No es la mejor forma de cambiar Europa.

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