Áspera cal,arena deslumbrante
La conocí sentada en el quicio de una ventana de la antigua Escuela de Cine de la calle de Génova. Era el año sesenta y pocos, y otro alumno rodaba un documental sobre ella. Advertí la fascinación del compañero por aquella muchacha seca y menuda que se colocaba ante la cámara con el aplomo de quien está seguro de merecer ser el centro de la atención.Ya tenía fama de difícil. Estuvimos juntos en televisión y nos tratamos poco. En Cannes, años más tarde, se presentó inesperadamente en la proyección para la prensa de mi película a concurso, ¡a las nueve de la mañana! La película no estaba gustando y noté la mano pequeña y caliente de Pilar buscar la mía y apretarla. La mantuvo así toda la proyección, hasta que una extraña congoja me hizo irme del cine después de darle un beso. Poco después en una entrevista se mencionaba su fama de seca y antipática. Contestó: "Es que soy seca y antipática". ¿Cómo no se la iba a querer?
Ya directora general de Cine, me colgó el teléfono cuando le dije que no podía ir a un festival de cine en Manila; me consultó sobre a quién debía nombrar director de la Filmoteca y me eligió para sustituirla en el proyecto que tenía con su adorado Gabo García Márquez al no poder hacerlo ella por su puesto oficial.
Heredé una obra de teatro que ella debía haber dirigido, y manipuló para que los que debían haber trabajado con ella no lo hicieran conmigo. No lo consiguió, y ahora sé que no eran celos, sino la necesidad de que aquel proyecto, que ya no era suyo, fuera diferente.
La última vez que la vi fue hace un par de semanas. Viajábamos en el mismo avión hacia San Sebastián y estaba sentada sola, dispuesta a hacer el viaje sin compañía. Pensé en pasar de largo para evitarme -y evitarla- una situación molesta. Respeto profundamente la relación de cada persona con su soledad. Me acordé de nuevo de la mano de Cannes -jamás lo olvidaré, y ya han pasado 18 años- y por única vez en mi vida hice cambiarse a un señor que iba tan contento a su lado y me senté junto a ella. Me miró con guasa y tuve que reconocer que a pesar de no habernos tratado apenas tenía con esa mujer una relación sentimental.
Estuve pendiente de si se ponía nerviosa durante el vuelo para lo de la mano pero si lo estaba no lo demostró. Hablamos de ópera y cada vez que nos cruzábamos en el Victoria Eugenia nos sonreíamos. Pensé: hemos tardado 30 años en romper el hielo.
Fue la única vez que estuve a punto de recordarle lo de Cannes. A estas alturas del baile ha perdido uno muchos pu dores de amor propio. Pero cuánto nos cuesta reconocer que somos todos muy poco más que corazón.
Babelia
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