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La nueva revolución

Josep Ramoneda

1. Una peculiaridad de la cuestión nacional en España es la superposición de naciones. Cataluña es un conjunto nacional inscrito en el seno de otro conjunto nacional. Cataluña puede pensarse sin España. El principio "una nación, un estado" conduce a la idea de estado catalán como realización plena de la nación catalana. Pero España no puede pensarse sin Cataluña, porque, en la idea de nación española, Cataluña es una parte de la misma y una nación no admite ser amputada. En la práctica, las cosas no son tan nítidas. La interpenetración histórica y demográfica hace que sólo una parte de los ciudadanos de Cataluña la piensen como una nación (potencia) susceptible de ser convertida en estado (acto). La superposición de conjuntos no es entre territorios plenamente delimitados, pasa por el interior de Cataluña: hay ciudadanos que consideran que su nación es España, hay ciudadanos que consideran que su nación es Cataluña, hay ciudadanos que tienen un sentimiento que podríamos llamar binacional y hay ciudadanos, probablemente los menos, que se sienten ajenos a esta simbología.2. La idea de nación trae consigo el sueño de una comunidad homogénea. La lengua es uno de los más eficaces instrumentos para dar carta de naturaleza a esta ilusión de homogeneidad. Si, como pretende el nacionalismo más herderiano, somos lo que hablamos, los que hablan la misma lengua son de la misma familia. Por consiguiente, el catalán es un estorbo para el castellano y el castellano es un estorbo para el catalán. El hecho de que unos cuantos millones de catalanes se empeñen en hablar catalán visualiza lo que los nacionalistas españoles no querrían ver: que España no es homogénea. Y el hecho de que en Cataluña haya varios millones de ciudadanos que hablan castellano pone de manifiesto que el sueño nacionalista de la homogeneidad también aquí es imposible. El roce hace el cariño, pero siempre hay una cuota de bronca inevitable, Afortunadamente, en democracia, los conflictos no se suprimen, se conocen y se buscan las formas óptimas de trampear con ellos.

3. Nada es inocente. Las lenguas tampoco. Una lengua expresa también un sistema de dominación social y de intereses culturales. La lengua contribuye a perpetuar ciertas élites dirigentes catalanas más allá probablemente de la evolución real de la sociedad. El catalán va ligado a un sistema de dominación de cierta burguesía local, del mismo modo que el castellano contribuye a que, por ejemplo, resulte difícil imaginar a un catalán como presidente del Gobierno español. Kundera ha explicado cómo en los nacionalismos pequeños hay una tendencia a achatar la foto de familia: se da entrada a quienes en criterios de objetividad cultural no tendrían sitio en la foto oficial y se obliga a agacharse a los que se salen del cuadro para no romper el equilibrio. El problema de las lenguas también tiene que ver con los sistemas de intereses en una sociedad determinada.

4. La condición del catalán como lengua de los poderes autóctonos y de las clases acomodadas ha jugado a favor de su consolidación. Antes, el primer síntoma de incorporación plena a Cataluña era hacerse del Barça. Ahora, es hablar en catalán. El catalán juega un papel simbólico en la asunción de estatus.

5. La sociedad catalana es bilingüe, se dice. Y es verdad. Pero es de un bilingüismo todavía muy asimétrico. Todos hablan castellano, pero no todos -ni mucho menos- hablan catalán. Y muchos de los que exhiben la bandera del bilingüismo no son bilingües: hablan castellano. Una sociedad bilingüe no es una sociedad que tiene dos lenguas, cada cual por su lado, sino una sociedad en que se hablan indistintamente las dos lenguas. Una sociedad bilingüe simétrica sería aquella en que cuando alguien inicia una conversación en uno de los dos idiomas tiene las máximas probabilidades de ser contestado en el mismo idioma. En Cataluña no estamos aquí ni de lejos. Los que tenemos el catalán como primera lengua somos todos bilingües; los que tienen el castellano, no. Pero estas cosas no se imponen con sanciones, es la dinámica social la que debe encontrar los atajos.

6. "El nacionalismo", dice Jaume Casals, "será tanto más moderno cuanto menos se fundamente en creencias y cuanto más aprenda a presentarse como una formulación concreta del derecho a la libertad". Estamos lejos de esta formulación en que el nacionalismo se funda en el derecho individual a la libertad de pensamiento, de acción, de conciencia o de lo que sea, en vez de presentarse como fuente de estas libertades. Todavía pesa la losa de los derechos colectivos en el discurso nacionalista. Y sin embargo los únicos derechos claramente y precisamente objetivables son los derechos individuales. Se es nacionalista no por haber nacido en Cataluña o en España, sino porque se quiere serlo. Y lo que se defiende es el derecho a hablar el catalán -o el castellano- porque es la lengua que uno ha aceptado como propia. Es sobre estas bases sobre las que los problemas pueden desdramatizarse y encauzarse.

7. En el principio del debate está una afirmación: Cataluña es una nación. Pero de este enunciado, que yo asumo, se pueden sacar conclusiones muy diversas. En ninguna parte está escrito que de una nación emane el deber moral de ser nacionalista. Sólo quien entiende la nación como un fetiche puede incurrir en tal falacia ética. Si reducimos el debate a una querella entre nacionalistas, españoles y catalanes, no hay salida. Dos naciones superpuestas aseguran un litigio permanente. De ahí la fama de ambigüedad del nacionalismo catalán. Es la única forma que el nacionalismo tiene de nadar y guardar la ropa en una situación aporética. Los nacionalistas españoles deberían saber que la ambigüedad del nacionalismo catalán (cristalizada en la reivindicación permanente) es la mejor garantía de que todo se mueva para que nada cambie.

8. ¿Por qué pese a todo desde Madrid es más fácil entenderse con el País Vasco que con Cataluña? Porque el euskera sigue siendo minoritario y, en cierto modo, hablan el mismo idioma. El catalán, desde Madrid, ha de dejar de ser visto negativamente como una prueba de la rugosidad de la terca realidad que se niega a admitir la España una y debe ser aceptado como una de tantas manifestaciones del pluralismo de la sociedad abierta. Y el castellano en Cataluña debe ser asumido como un plus de potencia en nuestra relación con el mundo y no como un factor de disolución de las esencias patrias.

9. Hay bastante consenso en considerar que la nueva ley del catalán era innecesaria. Que la anterior era ya suficiente para asegurar que el catalán siga a flote. Sería lamentable que en un tema como éste hubieran imperado las razones de oportunismo político: había que sacar los santos mayores a la procesión para hacerse perdonar el pecado nacional del pacto con el PP.

10. Las actitudes victimistas son siempre de escasa autoestima. Las verdaderas víctimas no acostumbran a montar representaciones teatrales sobre su desgracia. Presentar la situación del castellano en Cataluña como amenazada también es victimismo. Basta repasar los medios de comunicación para hacerse una idea de la realidad. Y basta comparar la fuerza que cada uno de los dos idiomas tiene en este mundo que es un pañuelo.

11. En democracia rigen dos principios. Primero: que todos los ciudadanos puedan ejercer plenamente las libertades, y el derecho a hablar el idioma que uno ha adoptado como propio es una de ellas. Segundo: que se practique la máxima economía legislativa. Legislar cuando es innecesario acostumbra siempre a provocar problemas políticos, en vez de encauzarlos.

12. Sólo un bilingüismo simétrico garantiza a la vez la plenitud de derechos individuales y el respeto debido al vecino. El bilingüismo simétrico posibilita el triunfo del yo sobre el nosotros que es la base de la modernidad. Y asegura el valor más preciado de la convivencia en Cataluña: que la sociedad no se parta en dos comunidades.

13. Hay que empezar a reivindicar el derecho a no estar adscrito a ninguna nación sin consentimiento explícito. Este derecho -el derecho cero de los derechos- es condición de posibilidad de la legitimación de cualquier nacionalismo. Para los nacionalistas, pertenecer a una nación es un hecho no elegido que tiene el honor gozoso de la fatalidad de la vida. Para mí, ser ciudadano es la opción política de un sujeto libre. La doctrina nacionalista y la unión entre estado y nación, que un día fueron motor de una dinámica liberadora respecto del antiguo régimen, deben dejar paso a una nueva revolución laica. Del mismo modo que un día Iglesia y Estado se separaron, hay que separar ahora nación, lengua, estado y cultura.

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