El Guggenheim Bilbao recibe en su apertura 4.502 visitantes
El primero que entró dijo que "el público debe contribuir a pagar la cultura"
Sorprendente, magnífico, impactante y caro fueron las palabras más repetidas por los primeros visitantes del Museo Guggenheim Bilbao. Miles de personas formaron ayer largas colas para acceder al interior del museo en el primer día de apertura y numeroso público se acercó a la ribera de la ría del Nervión para conocer de cerca el edificio diseñado por el arquitecto Frank O. Gehry. Antonio Ligero, un profesor de música, llegó tres horas antes a la puerta del Guggenheim para tener garantizado que iba a ser la primera persona que entraba pagando. Ayer lo hicieron 4.502 personas, según fuentes del museo.
En un ambiente de fiesta dominguera y familiar, el Guggenheim fue ayer el punto de encuentro de miles de personas que quisieron acercarse al museo en su primera jornada de apertura al público, un día después de la gala inaugural presidida por los Reyes. Con exquisita puntualidad, a las 11.00 se permitió el acceso a las taquillas. Más de 300 personas formaban ya una larga cola, en la que se mezclaban bilbaínos expectantes por ver lo más sonado que ha conocido la ciudad en las últimas décadas, con turistas y algunos de los invitados del Guggenheim a la inauguración.Durante varias horas, la afluencia de visitantes provocó una larga cola a las puertas del museo. A mediodía ya habían pasado por taquilla, 1.500 personas. Tras pagar 700 pesetas por persona -excepto los amigos de museo, que realizan una aportación anual, los niños y jubilados- obtuvieron la entrada, una cinta de papel rojiblanca que enrollada en la muñeca se convierte en el pasaporte para entrar al edificio.
Antonio Ligero salió del anonimato gracias a un madrugón. Ser el primero de la fila que aguardaba la apertura le convirtió por unos minutos en una celebridad. Ligero, un profesor del Conservatorio de Bilbao, hizo declaraciones a los periodistas, accedió a posar para los fotógrafos, y repitió ante los micrófonos de la radio los argumentos que le habían empujado a llegar antes que nadie.
Sorpresas
A las ocho de la mañana, Ligero ya estaba a las puertas del Guggenheim, porque no sabía que hasta las 11.00 no podría entrar. "Yo quería pagar la entrada, creo que el público debe contribuir a la financiación de las infraestructuras culturales", dijo.A la salida de las salas del Guggenheim, un heterodoxo recorrido por el siglo XX a través de cerca de 250 obras, la mayoría de los visitantes no habituales en los circuitos del arte contemporáneo se mostraban sorprendidos y satisfechos. "Es impactante, pero aún la gente no tiene opinión", resumía José Mari Martín, que en su primera vista se inscribió como amigo del museo. "Hay que tener la mente muy abierta para reconocer algunas cosas como obras de arte".
Sobre la grandiosidad del edificio nadie expresaba dudas; sobre la colección, muchos visitantes mostraban su dificultad para entender algunas obras. "La única queja es que tenemos que pagar. Es caro y no hay ni un solo día gratuito", protestaba una mujer que reivindicaba entrada libre para los jubilados. "Muchas personas", explicó una empleada, "creían que hoy era gratis y se han llevado un buen chasco después de esperar la cola".
Los visitantes más habituados a acudir a museos estaban molestos con las repetidas advertencias del personal del museo sobre las distancias que debe mantener el público con las obras. "Nos han tratado como si fuéramos tontos o nunca hubiéramos entrado a un museo", protestó una mujer. "Cuando vienes aquí ya sabes que un cuadro no se puede tocar con la mano, no hace falta que te lo digan". La misma queja se repitió varias veces ante las encuestadoras. que interrogaban al público a la salida del museo, por encargo de un medio de comunicación. La tienda, la librería y el bar, con un acceso independiente que no requiere pagar la entrada, estuvieron abarrotadas durante buena parte de la jornada. Entre las estanterías de publicaciones especializadas, los aficionados echaban de menos un catálogo de la exposición inaugural del museo. No sólo hubo curiosos en la tienda. Los compradores también tenían que guardar cola para pagar en caja.
Babelia
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