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El "fulgor callado" de Sicilia llena los muros del Palacio de Velázquez

'L'horabaixa' muestra en Madrid cinco años de trabajo del pintor

El último momento de claridad del crepúsculo mallorquín, L'horabaixa, es el refugió, la actitud y el instante de luz en los que ha trabajado José María Sicilia en el último lustro. Cinco años que no parecen haber cambiado el talante público de uno de los pintores españoles de más éxito internacional: Sicilia sigue honrando su apellido y su leyenda, pensando que las "palabras son limitadoras, una cortesía que es descortesía, sentido común que no es sentido". Su aventura es otra, y requiere silencio: pensar y pintar su jardín de metáforas, flores carmesí, poéticos insectos atrapados en un desierto de cera o inquietantes figuras grises. "Mirándolo siento, alegría y tristeza. Veo un fulgor callado, una corta intensidad que tiembla y se desvanece".

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Hipercrítico y compulsivo

La exposicion que el Museo Reina Sofía inaugura hoy en el Palacio de Velázquez del Retiro permanecerá abierta hasta enero de 1998, y luego viajará a museos de Charleroi (Bélgica), Valladolid y Buenos Aires. Según han dicho ya los críticos, la muestra enseña la madurez luminosa y melancólica, deslumbrante y técnicamente perfecta de Sicilia.Según decía ayer el pintor, de 43 años, en un chiringuito del Retiro, la obra se ha forjado entre su estudio de París y su casa de Sóller, y es "resultado de una aventura que consiste en estar atento, dejarse ir, saber estar, fluir con la materia para dejar que las cosas fluyan y poder fluir tú con ellas". La experiencia, añade Sicilia, "es parte de un aprendizaje, de una relación de máxima tensión hecha de una suma de momentos opuestos, relajados e intensos, en los que sólo importa la naturalidad del querer ser".

Parecen lejos los días, escribe Pablo Palazuelo en el catálogo, en que Sicilia enseñaba "montañas de auroras deslumbrantes y huertos de flores imaginarias". La plenitud de Sicilia ha escapado del blanco y resbala ahora en una inestable superficie de cera. Según Francisco Calvo Serraller, este nuevo Sicilia "pinta sin pintar, cual un jardinero paciente que reparte semillas y sabe lo que ha de brotar"."Me parece maravillosa esa idea del hombre en su jardín, del hombre en la vida". La muestra, añade, "surge tras tres años de diálogo y discusión con Laurent Busine", conservador del Museo de Bellas Artes de Charleroi (Bélgica) al que el pintor pidió montar la exposición. "Todo lo que está conmigo y a mi alrededor está en la obra".

Sicilia sigue aferrado a una mezcla de pasión y razón poco corriente en estos tiempos. Y esos dos motores -que para Calvo Serraller le sitúan entre "un ser apasionado, de instintiva bravura, y un "distanciado contemplador conceptual de la reaIidad"- han originado un nuevo universo de imágenes y texturas a través del cual Sicilia habla de él mismo -"Yo no quiero eliminar mi ego". pero también de los otros, de la vida plena y la moribunda, la naturaleza amenazada. y poderosa, la cultura manipulada, la fragilidad, el color de una flor o la belleza de un atardecer.

"No quiero moralizar. Esto es sólo una rutina nueva, en. la que influye el azar, el espacio, la luz...". La luz interior, "el corazón del cuadro", es quizá la más antigua obsesión de este pintor que extrae de su mirada reflexiva' descargas de potencia contradictoria, serena y desgarrada a la vez. "No sé lo que es la belleza, ni de dónde viene. Imagino que soy ingenuo, pero no soy religioso, ni místico, ni melancólico. Sólo intento que la obra me sorprenda cada día que la veo".

Lo que parece evidente es que esa pétrea armadura de hermetismo que le atribuyen es ficticia. Aunque su autocrítica feroz le siga negando la posibilidad de resumir su trabajo en conceptos usados, convencionales. El problema es tal vez que Sicilia teme reducir las cosas a la verbalidad fácil, sucumbir a ese artificio veloz que ignora los matices, las ideas, las palabras de un cuadro. Lo explica sonriendo con los ojos azules: "Las palabras están muy vistas, educadas, detenidas. Y seguimos mucho más pendientes de ellas que de los gestos o la mirada, diciendo cosas que no sentimos, cargadas de vaguedades, de es e sentido común que no es sentido, de esa cortesía que en realidad sólo es descortesía y frialdad, desprecio por los demás".

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