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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El 'caso Papon'

EN VíSPERAS de la II Guerra Mundial había unos 700.000 empleados públicos en Francia, incluyendo desde bedeles a directores generales, y de ellos unos 300 manejaban de verdad la Administración. Unos 26.000 quedaron inmovilizados con la derrota como prisioneros de Alemania, otros 5.000 fueron depuestos por Vichy, y 3.400, que eran judíos, sufrieron en muchos casos, además de la purga, un destino final inapelable.Maurice Papon, secretario general de la prefectura de la Gironda durante la II Guerra Mundial, que hoy tiene 87 años, es el primer francés, y presumiblemente el último, al que se juzga por crímenes contra la humanidad, acusado de participación en el holocausto, la matanza de judíos perpetrada por los nazis. Papon, que sobrevivió políticamente para llegar a ministro de la República gaullista, firmó la orden de deportación de 1.560 de los 76.000 judíos franceses o residentes en Francia que, en la mayoría de los casos, entregaron a Alemania los propios policías de Vichy. De esa cifra, apenas 2.500 volvieron a casa.

Lo horrible, por banal, de esta historia es que el acusado fue uno entre tantos, que su historial no le predisponía especialmente a convertirse en verdugo antisemita, sino que, en la tradición del funcionario público, obedecía órdenes. Ésa es la defensa del ex ministro, además de que, también como tantos otros, cuando empezó a palidecer la estrella del Reich, algo parece que hizo para mejorar la suerte de los detenidos.

Por una ley de 1964, definida por el tribunal de casación en 1985, los crímenes contra la humanidad son imprescriptibles en Francia. Por eso se juzga a Papon, y aunque el hecho de que el magistrado haya decretado su libertad durante el proceso ha desatado la comprensible cólera de supervivientes y familiares de las víctimas, lo que hoy cuenta es el juicio en sí: que la justicia actúe y dictamine. El juicio hay que verlo, por ello, como una ceremonia de expiación nacional, a las pocas semanas, por añadidura, de que la Iglesia católica francesa haya pedido perdón por su complicidad en el holocausto. El secretario general de la Gironda de 1942 a 1944 puede ser igual de culpable tanto si va a la cárcel como si no, aunque el encarcelamiento parezca poco probable dada su avanzada edad. En este caso, lo que más importa es que la justicia sea también imprescriptible.

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