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FERIA DE OTOÑO

Rafael de Paula se deja un toro Vivo

Rafael de Paula se dejó vivo un toro. Quiere decirse: otro. Rafael de Paula es reincidente en estas cuestiones: a lo largo de su ya larga vida profesional se ha dejado unos cuantos toros vivos. Y ahí sigue, discutido y admirado, con una legión de partidarios que le disculpan se deje toros vivos y otras muchas inhibiciones por el recuerdo de cierta verónica de alhelí, de unos naturales con duende, de una categoría de toreo que nunca fue tan bello.Todo esto ocurría cuando reinaba Carolo. Ya ha llovido. Y, además, los tiempos son otros. Aquellas bellezas parecían mágicas -seguramente lo eran- y ahora en cambio lo que se lleva es el toreo utilitario, el imprescindible para justificar una oreja y si te he visto no me acuerdo.

Moura / Paula, Cepeda, Caballero

Toros de Joâo Moura (dos rechazados en el reconocimiento, uno devuelto por inválido), de discreto trapío, inválidos, pastueños. Dos de Alcurrucén: 4º con trapío y casta, otro devuelto por inválido. Sobreros: 5º de Torrealta, bien presentado, inválido; 6º de Astolfi, bien presentado, de poco juego. Rafael de Patda: cinco pinchazos bajos y siete descabellos (silencio); los tres avisos, sin entrar a matar; el toro es devuelto al corral (protestas). Fernando Cepeda: estocada corta (silencio); pinchazo bajo y estocada caída perdiendo la muleta (silencio). Manuel Caballero: estocada ladeada (silencio); media tendida perdiendo la muleta, dos pinchazos, otro hondo y descabello (silencio). Plaza de Las Ventas, 2 de octubre. 3 a corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

El toreo que ahora se lleva no hace cuentas de la calidad sino de la cantidad. El toreo que ahora se lleva es reiterativo, machacón, plúmbeo e inagotable. El toreo que ahora se lleva, carece de grandeza.

El toreo que ahora se lleva es el que hicieron. Fernando Cepeda y Manuel Caballero, los dos probos trabajadores que alternaban con el artista.

Daba pena ver trabajar a destajo a Fernando Cepeda, que es torero de inspiraciones y excelsitudes. Le salió un torito boyante idóneo para bordar el toreo, y lo que hizo fue coserlo con grapas. El torito embestía pastueño, y Fernando Cepeda lo toreaba fuera de cacho, rectificando terrenos, sin cuajar ni un solo pase que recordara al arte de torear.

Otro torito inválido absoluto con alma borrega le salió a Fernando Cepeda e intentó aprovecharse de estas vergonzantes ventajas moliéndolo a pases. Casi diez minutos estuvo pegándolos, indiferente a las protestas que se cernían, ajeno a la vergüenza torera.

Las formas de Manuel Caballero fueron similares a las que se traía Cepeda, lo que no causó sorpresa. A este diestro le va el toro dificultoso, a la manera del sexto, que se quedaba corto, y lo muleteó tomándolo de cerca, aguantando valiente las medias embestidas.

Esta voluntariosa predisposición carece prácticamente de valor cuando aparece un toro pastueño. Cuando aparece el toro pastueño lo que se exige es que el torero interprete en pureza el arte de torear. Y Manuel Caballero, a quien también correspondió uno de esos, no fue capaz. Bullía pero, en lo que importa, que es parar, templar y mandar, ni mandaba, ni templaba ni paraba.

Rafael de Paula a esos toritos de mazapán los habría toreado como los ángeles. En los tiempos del rey Carolo, se debe entender. En los tiempos presentes Rafael de Paula no está para trotes. Rafael de Paula era la imagen viva de la incapacidad y de la indefensión. Precavido y desastrado, esbozaba un lance y la afición se echaba a temblar. Entre suspiros y sobresaltos llegó a matar al primer toro. Con el cuarto, único enterizo de la corrida, no se atrevió a tanto.

Al cuarto no lo quiso ni ver. Los peones le hacían el trabajo. Tocaron a matar y la cuadrilla la emprendió a capotazos con el toro por si lograba tumbarlo. Rafael de Paula dirigía las operaciones a prudencial distancia. Matarlo era una posibilidad que no llegó a contemplar. "Ni jarto vino", que dijo el poeta. Sonaron los tres avisos y el toro fue devuelto al corral, vivito y coleando.

Hubo bronca, naturalmente. Pero no mucha. El público, en el fondo, era comprensivo con Rafael de Paula y su circunstancia. Y cuando se iba le honró con un lanzamiento de almohadillas testimonial. Las almohadillas, si bien se mira, forman parte de su leyenda. Y quedó harto refrendada.

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