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Magnifica revisión de un momento clave

A partir de hoy se puede visitar en el Museo Thyssen-Bornemisza, de Madrid, la exposición Joan Miró. Campesino catalán con guitarra, 1924, que forma parte de esa maravillosa idea de analizar obras capitales de la colección, junto a otras que le son afines y, en general, cuanto material de apoyo se precise para su completa explicación, sean dibujos preparatorios o cualquier, tipo de documento esclarecedor al respecto. Este es el sentido del nombre con que la institución titula la serie: Contextos de la colección permanente. En el caso que ahora nos ocupa, se trata de una obra clave, pintada, a su vez, en un momento clave, 1924, fecha simultáneamente del arranque formal del movimiento surrealista y de la propia obra surrealista de Miró, que junto con Masson y Ernst, formó el grupo pictórico de primera hora.

Campesino catalán con guitarra es, por otra parte, un cuadro conocido, pero que necesitaba una nueva presentación en sociedad, ya que una capa de barniz añadida posteriormente impedía su visión adecuada y, por tanto, su valoración precisa, una valoración también necesitada, una vez que se le retiró definitivamente el barniz hace cuatro años, de un contraste con las obras y dibujos inscritos en la misma serie. En este sentido, la presencia de los cuadros conservados en el Moderna Museet, de Estocolmo; la National Gallery, de Washington; de la Scottish National of Modem Art, de Edimburgo, junto a la soberbia colección de dibujos y un carné con ellos, pertenecientes a los fondos de la Fundación Joan Miró, de Barcelona, constituye un conjunto de enorme interés.

Pero hay muchas cosas más: la exposición aporta nuevas posibilidades para reavivar el debate historiográfico respecto a la que debe ser entendida como la secuencia correcta de sucesión cronológica de esta serie de obras, con implicaciones que desbordan la precisión erudita, pues se trata, como se plantea en el catálogo, acompañado de sendos brillantes textos de Christopher Green y Rosa María Malet, de comprender mejor cómo funcionaba el mecanismo creador de Miró y hasta de explicamos por qué hemos querido ver este proceso de una forma prejuiciada hasta el momento, un poco siguiendo la estela ideológica -dominante hasta hace unos años- del formalismo americano.

De todas formas, al margen de estas preocupaciones de los especialistas, el público aficionado tiene otros motivos complementarios, nada banales, para disfrutar con la exposición. El primero, sin duda, la calidad deslumbrante de este periodo mironiano, reflejado espléndidamente en este conjunto de obras; pero también aproximarse al significado de la serie, que remueve los fascinantes impulsos telúricos del pintor, ahora, además, entrevistos en su compleja polisemia, que incluye hasta las posibles preocupaciones políticas antiautoritarias del entonces joven pintor. Quiero recomendar que no pasen desapercibidos los dibujos, de una frescura y una agudeza admirables, y, como corresponde, con una cantidad de sugerencias riquísima, alguna con elementos que revelan aspectos quizá cabalísticos y de visiones sacralizadas del patriarcalismo rural, con el que se sentía tan identificado Miró que se presume la posibilidad de un autorretrato cifrado. En fin, una extraordinaria muestra, imprescindible a ojos de cualquier buen aficionado.

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