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La violencia comienza a agonizar en Belfast

La atmósfera de odio que ha marcado el conflicto del Ulster parece disiparse ante el anuncio de negociaciones de paz

Belfast, igual bombas. Bombas, igual Beirut. Beirut, igual Belfast. Esa ecuación psicológica que atrapa a esta ciudad en un círculo vicioso de odio y terror tras casi tres décadas de lucha entre católicos y protestantes está comenzando a disiparse en la atmósfera de optimismo que reina ante la ronda de negociaciones de paz anunciada para mañana, lunes.Belfast, como muchas tensas ciudades cuyos nombres, misteriosamente, comienzan con la letra B, tiene un serio problema de imagen que la convierte en sinónimo universal de conflicto sin solución.

Pero detrás del cliché y su triste reputación bien ganada, lo que este verano ofrece la pequeña capital del Ulster son múltiples manifestaciones de que el problema, finalmente, agoniza. Una de ellas es la notable reducción de la presencia de las tropas británicas, que hace un mes ya dieron un síntoma de distensión al reemplazar sus cascos de acero por vistosas gorras de fieltro.

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Exhaustos por años de violencia, los norirlandeses comparten la esperanza de un proyecto de paz que Londres y Dublín impulsan con tesón y promesas de prosperidad futura para todos. Y no falta diversión: en Belfast, de lo único que se ha hablado últimamente es del macroconcierto rockero de los legendarios U-2, el primer acontecimiento popular de ese calibre en años.

"Hay definitivamente un cambio en el aire", comentaba filosóficamente Liam McAllister, un restaurador de casas antiguas en el sector católico de Belfast, que, al igual que numerosos banqueros, industriales y comerciantes, dice estar inesperadamente sobrecargado de trabajo. "La gente está cansada de tanto lío. Quiere un cambio. Después de tanta violencia y tensión quiere hacer una vida normal", aseguraba.

Es una ambición válida que los políticos en ambos extremos del espectro norirlandés parecen haber captado con celeridad al acordar fecha y agenda para negociaciones cruciales sobre un eventual desarme, a pesar de que la incertidumbre sigue planeando en las últimas horas sobre la efectiva puesta en marcha de las conversaciones. "Es hora de un cambio para el bien de todos", opinaba Sean McAnelly, el joven gerente de uno de los nuevos hitos de moda y de la vida nocturna de Belfast: el moderno Madison's Bar and Restaurant, el establecimiento más chic del lado protestante, en la Botanic Avenue y colmado de estudiantes pudientes y ejecutivos de ambas orillas político-religiosas, en las cuales el teléfono celular ha ido reemplazando gradualmente a las pancartas y los revólveres.

Cierto, en los barrios católicos y protestantes no han desaparecido los murales del temible Ejército Republicano Irlandés (IRA) o de furibundas milicias protestantes, como la Fuerza de Voluntarios del Ulster (UVF). Efigies de paramilitares enmascarados blandiendo fusiles y las listas de los mártires de uno y otro bando siguen siendo los mejores puntos de referencia tanto en Falls Road, el populoso bastión de los republicanos, como en Shankill Road, la principal y combativa calle de los unionistas.

Pero tanto en las destartaladas oficinas del Sinn Fein de Gerry Adams, el brazo político del IRA, como en el cuartel general del férreamente probritánico Partido Unionista del Ulster (UDP), de David Trimble, sus representantes parecen haber abandonado, al menos hasta hace unos pocos días, la vieja retórica hostil. En entrevistas separadas, Peter Weir, portavoz del UDP, y Michael Brown, su contraparte del Sinn Fein, han empleado constantemente palabras como "negociación", "diálogo" "futuro" y "prioridades". Ni Weir ni Brown han cumplido los 35 años. Visten con vaqueros y camiseta. Corteses ambos, tienen el aspecto de recién licenciados de la Universidad. Es más fácil imaginárselos departiendo amigablemente en un pub que lanzando arengas, empuñando armas o lanzando cócteles mólotov.

"La verdad es que vinimos con cierto morbillo", confesaba Fefi Díaz Sánchez, una vivaz estudiante de Las Palmas de Gran Canaria que llegó en una de las numerosas excursiones turísticas españolas a Belfast y que, evidentemente, se esperaba una visita algo más excitante en sus calles que las afables y espontáneas tertulias tan típicas de bar irlandés."Con perdón, pero el problema son ustedes, los periodistas, que exageran las cosas y nos ponen como gentes peligrosas en una ciudad peligrosa y no cuentan lo que va más allá de los muertos y los titulares", dijo una joven protestante que colgaba su colada en el patio de su casa, virtualmente a cuatro pasos de la línea de la paz, la barrera de ladrillo y alambradas que la separa de sus vecinos católicos en Belfast oeste. "La verdad es que por fin estamos comenzando a disfrutar de tranquilidad", señaló.La última tregua en la lucha del IRA contra los 17.000 soldados británicos acantonados en el Ulster desde 1969, sus aliados de la fuerza policial del Royal Ulster Constabulary (RUC) y los grupos paramilitares protestantes está a punto de cumplir dos meses. En ese tiempo, mientras se han hecho preparativos para la conferencia de paz en el palacio de Stormont, los norirlandeses han comprobado una vez más que la paz ha sido, es y será. mejor negocio que la guerra.

Dos firmas multinacionales anunciaron hace poco una inversión total de siete millones de libras (1.680 millones de pesetas) para apuntalar la industria de Belfast y crear empleo para miles de obreros. Empresas europeas han comenzado a organizar grandes excursiones turísticas con vuelos directos desde Zúrich a la pintoresca región lacustre de Enniskillen. Varios bancos británicos planean ampliar sus sucursales en el Ulster. "Son pasos interesantes y novedosos. El panorama es prometedor. No es casual que Belfast, por ejemplo, sea la ciudad con mayor porcentaje de coches de la marca BMW per cápita en el mundo", apuntaba con entusiasmo un economista.¿Tiene futuro este aluvión de optimismo? David McKitrick, sin duda uno de los más respetados periodistas irlandeses y corresponsal del diario londinense The Independent, no sólo opina que sí. Está convencido de que la paz en el Ulster está finalmente al alcance. "¿Puede haber paz? La pregunta es inmensa y depende de tantas permutaciones, personalidades, fuerzas y acontecimientos futuros.

El camino que queda por recorrer pasa por un campo minado, pleno de potenciales crisis paramilitares y políticas. Van a registrarse momentos álgidos. Pero una vez sopesados todos los factores, la respuesta es sí, puede haber paz en nuestro tiempo". Cauto, McKitrick advierte, sin embargo, que no conviene olvidar que esto, a Fin de cuentas, es Irlanda del Norte.

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