Berges marcó en dos porterías
El Celta desluce el estreno del Espanyol en Montjuïc
El Espanyol no pudo festejar a lo grande el estreno de su nuevo estadio de Montjuïc. Se dio con un canto en los dientes cuándo a siete minutos para el final evitó la derrota ante un desafortunado Celta que acabó haciéndose el hara-kiri de tanto recular. En un partido extraño pero casi siempre pilotado por el Celta el marcador lo abrió y lo cerró el mismo jugador. Berges se creyó bendecido por momentos por el aura olímpica -fue campeón en Barcelona '92- y fue el artífice del tanto que resumió la superioridad del equipo gallego. Pero a poco del final, el propio Berges firmó el autogol que dejó patidifusos a sus compañeros y que dejó el empate visto para sentencia.El Espanyol no logró redondear con una victoria el plebiscito de una afición que desvaneció los temores de una tibia respuesta al traslado de Sarriá a la montaña olímpica. Pero a fin decuentas acabó dando por bueno un empate que no fue sino un mal menor. Durante muchos minutos el Espanyol estuvo a merced de un Celta que desplegó un juego mucho más fluido, fácil y con algunas gotas de genialidad.
Si el Espanyol rescató ayer uno de los tres puntos que ya se empezaban a presentir como perdidos en la bruma espesa que emanaba de su desdibujado juego fue por la visceralidad y el inconformismo de su entrenador José Antonio Camacho. Se lo jugó el todo por el todo con un triple cambio a media hora para el final y acabó rompiendo un trozo del metacrilato que blinda el banquillo cuando Berges se hizo el autogol. Una imagen que resume la forma de ver el fútbol de Camacho. No contemporizó ni le dio más vueltas al asunto.
Harto ya de la esterilidad del juego de toque pero sin continuidad, el técnico blanquiazul eligió la vía más directa. Relevó a la tripleta más indolente de su once -Ouédec, Lemoine y Arteaga- y dio entrada a un trio bullidor y guerrillero. El Celta se fue encogiendo. Las acometidas del Espanyol seguían careciendo de fluidez pero llevaban cada vez más fuerza. El grave error del Celta consistió en no haber sacado mayor provecho de la ascendencia que marcó desde el principio sobre el campo.
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