Bill y los suyos tienen un problema
Que el cine americano ha proporcionado siempre la ocasión vicarial para que su público se sintiese partícipe de la mayor aventura de la historia, el hecho mismo de ser estadounidense y decidir sobre la vida en el planeta, no es un descubrimiento de ahora. Que con mayor o menor fortuna esa industria ha avalado, maquillado o reescrito la historia oficial del país es algo que está fuera de duda.Ficciones ejemplares, relatos con voluntad de forjar una siempre problemática identidad colectiva, algunos filmes americanos contemporáneos no parecen dispuestos a dejarse arrastrar por la invencible crisis de la narración -también la cinematográfica-, obra de una desconfianza creciente del lector y el espectador por las ancestrales virtudes terapéuticas e iniciáticas del relato, que en el caso americano se contrapone con un imparable consumo de espectacularidad, de ahí que paradójicamente el camino del más difícil todavía no parezca tener fin a la vista.
Air Force One (El avión del presidente)
Dirección: Wolfgang Petersen. Guión: Andrew W. Marlowe. Fotografía. Michael Ballhaus. Música: Jerry Goldsmith. Producción: Thomas A. Bliss, Armyn Ernstein, Gail Katz y W. Petersen, EE UU, 1997. Intérpretes. Harrison Ford, Gary Oldman, Glenn Close, Wendy Crewson, Liesel Matthews, Pau.l Guifoyle, Zander Berkeley, Jürgen Prochnow. Estreno en Madrid: Palacio de la Música, Coliseum, Amaya, Benlliure, Acteón, Novedades, Aluche, Conde Duque (Santa Engracia), Vaguada, España, Florida, Ciudad Lineal, Liceo, Roxy A, Victoria, Peñalver, Albufera Multicines y Luna.
Así, junto a algunas miradas problemáticas, como la que arroja el último Clint Eastwood en Absolute power -nada menos que un presidente que disfruta pegando a sus ligues-, también hemos podido ver a la más alta instancia política del país envuelta en combates contra alienígenas, como en Independence day, o ahora mismo, enfrentada a tiros con feroces terroristas kazajos, secuestradores aéreos, viejos comunistas dispuestos a resucitar a la madre Rusia.
Como siempre, de lo que aquí se trata es, por una parte, de cantar los valores eternos del país: la democracia, la inflexibilidad en el trato con el terrorismo internacional y, sobre todo, la pervivencia de la familia, máximo desiderátum del liberal individualista que anida. dentro de cada americano medio; mientras que, por la otra, el filme se ocupa de maquillar con acciones heroicas, lo que, traducido al lenguaje político, son las meteduras de pata objetivas de la diplomacia USA.
Que la película se inicie, tras la consabida secuencia de acción a todo trapo, con un discurso del presidente Marshall -marshal, el que impone y mantiene la paz- reconociendo que no volverá a cometer el error de no intervenir a tiempo en un conflicto regional, sólo puede leerse como el deseo de corregir a toro pasado las indecisiones de Clinton en su política balcánica.De Bill Clinton y su familia va la cosa, y sin ambages: un presidente en la cincuentena, con una mujer enérgica y una hija que está entrando en la adolescencia, tal como los propone el filme, son un espejo inequívoco. La ficción, conducida con habilidad entre estallidos, tiros y situaciones límite por el experto alemán Wolfgang Petersen, se sitúa no obstante un poco más allá, desde el punto de vista del recado ideológico, de los simples efectos especiales espectaculares para adentrarse en una senda tan vieja como poco transitada hoy por el cine estaodunidense: la del estacazo anticomunista visceral.
Maniqueísmo brutal
En este sentido, el poner en boca del salvaje terrorista Oldman puntos de vista compartibles no sólo por comunistas, sino simplemente por cualquier ciudadano -"¿y hablan de asesinato quienes mataron a 100.000 iraquíes por unos centavos en el precio de la gasolina?", le dice en un momento a la aterrorizada esposa del presidente-, para hacer que, a continuación, mate a sangre fría a una desvalida ayudante presidencial, nos retrotrae a los peores tiempos del cine de propaganda, maniqueísmo brutal y ofensa a la inteligencia.
Preguntarse, en fin, qué hace el bueno de Harrison Ford en una ficción así puede ser baladí, a la luz de los milloncejos que le soltaron por jugarse el tipo. Pero en todo caso, el máximo astro del cine USA contemporáneo, aquel que tras el ocaso de Kevin Costner es la referencia. ética del ciudadano modelo, no parece cuidar tanto su carrera como solía. Con una actuación que lo sitúa casi en la línea Stallone, Ford parece encaminarse lentamente hacia su ocaso estelar, ese que ya intuimos hace unos meses cuando intentó sin éxito copiar a Bogart en Sabrina... uno de los peores trabajos de su modelo de referencia en toda su carrera.
Babelia
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