Zhang Yimou da una poderosa visión de la fiebre capitalista que invade China
Guillermo del Toro y Mira Sorvino quieren asustar y hacen reir
ENVIADO ESPECIALCuenta ya esta interesantísima Mostra con una segunda película de talla excepcional. Si hace unos días la rusa El ladrón conmovió a todos y hoy ocupa el primer puesto en las calificaciones de la crítica internacional, ayer le salió una seria competidora: Keep cool, la nueva película del gran Zhang Yimou, en la que crea una febril y magistral visión de las mutaciones que la irrupción del capitalismo está creando en China. Fuera de concurso se presentó la pretenciosa Mimic, dirigida por el mexicano Guillermo del Toro e interpretada por Mira Sorvino. Un desastre: quiere aterrorizar e hizo reír.
Gracias al buen trabajo que hicieron en sus respectivas primeras películas -Cronos y Poderosa afrodita-, Guillermo del Toro y Mira Sorvino suscitaron ayer en Venecia algo de expectación, que se vino abajo estrepitosamente tras la proyección de su solemne y pretenciosa Mimic, un rebuscado ejercicio de cine de terror completamente inútil, porque en vez de miedo da risa verlo. Una pena.-Y a continuación una gloria: Keep cool, la nueva película de Zhang Yimou, cineasta chino de renombre universal, que ya triunfó en este festival con La linterna roja y Una campesina china; y que puede hacer el triplete con esta su primera y formidable incursión en la vida de la China actual.
Hasta ahora, Yimou se protegía de la hostilidad que despierta su cine en la censura burocrática de su país, narrando historias situadas en el pasado inmediato y que sólo de forma metafórica reflejaban sus ideas acerca de la China de ahora. Pero esta vez cogió el toro por los cuernos y fue derecho al grano, es decir: a la tumultuosa y febril absorción por la población de la China socialista de las reglas del juego -sobre todo del juego sucio- capitalista. El resultado es literalmente explosivo.
Se entiende ahora que a Keep cool le fuera denegado en su país el visado para presentarse en el último festival de Cannes, donde estaba programada y hubo que sustituirla. Zhang Yimou se ha visto sin duda forzado -él dice que no, pero se le escapa una sonrisa burlona- a hacer retoques de diálogo y de montaje para obtener una licencia de exportación y poder presentar la película. Ahora esta obra resulta probablemente algo más hermética que en su primera versión, pero a pesar de ello se le entiende todo, -pues lo que en ella importa, lo que constituye su núcleo dinamitero -los comportamientos de los personajes- permanece intacto, y posiblemente multiplicada su fuerza de arrastre precisamente por padecer cortes secuenciales o matizaciones dé diálogos, que obligan al espectador a agudizar su perspicacia y, por tanto, su participación.
Sólo un maestro puede hacer una secuencia tan compleja, tan exacta y no obstante tan agitada y febril, como la que Zhang Yimou logra en Keep cool. Pese a estar rodada íntegramente cámara en mano, en un vertiginoso y constante movimiento -a veces en ritmo espasmódico de rock- del en cuadre, la precisión de los encadenados es absoluta, perfecta, y da lugar a un prodigio formal, que no deja ver ninguna fisura en la conjugación de espacios y tiempos, es decir: en el escenario fisico y moral que envuelve a unos personajes que son cristalizaciones individuales de una pesadilla colectiva de enormes proporciones. Raramente ha logrado el cine representar con -tanta verdad -en la angostura de un violentísimo diálogo entre cuatro personajes- la dinámica, al mismo tiempo abstracta y realista, de una mutación histórica en toda la regla.
Es la primera vez que Zhang Yimou hace una película sin la que fue su mujer, Gong Li, y esto se percibe en un cambio de estilo. La fuerza de esta gran actriz, el inesquivable poder que irradia su presencia y el conocimiento pleno que de ella tiene el director, daba por fuerza reposo a la cámara de éste, que sabía que el rostro de Gong Li se adueña siempre, fatalmente, de la pantalla.
Ese reposo ha desaparecido en Keep cool, siendo sustituido por una especie de desasosiego, de tensión e inquietud, que desemboca en una mayor libertad del juego de los intérpretes y, por ello, del lenguaje del cineasta, que así puede ahora explorar un nuevo territorio y adentrarse en él sin el freno de un lastre, ciertamente bellísimo, como el que suponía el magnetismo de Gong Li. Más ligero de equipaje que nunca, con la cámara en la mano por las calles de Pekín, el maestro Zlíang Yimou sigue creciendo, como un aprendiz. Y acompañándole tenemos el privilegio de asistir a la foija de un capítulo del cine futuro.
Babelia
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