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Tres vándalos en la fontana

Una condena de tres meses de cárcel cierra en Italia la polémica surgida por la mutilación de la fuente de Bernini

Italia despertó el martes del letargo de ferragosto con esta noticia: "Tres desconocidos dañan la fuente de los Cuatro Ríos en Roma". El teletipo añadía que los agresores habían sido detenidos por la policía gracias a unos turistas irlandeses. Sólo 72 horas después, las agencias volvían al asunto: "Tres meses de prisión para uno de los vándalos de la fuente. Sebastiano Intili, de 43 años, culpable del destrozo de la cola del tritón de Bernini". Entre ambas noticias, Italia se ha bañado en una cascada de sensacionalismo, análisis sobre la seguridad del patrimonio artístico, alta cultura, mucho teatro, peticiones de piedad para los bañistas y ardorosas polémicas jurídico-culturales. En el caos aparente, destaca el cineasta Franco Zefirelli: "Debemos reeducarles, castiguémosles corporalmente".La historia de los vándalos de la fontana comenzó el 19 de agosto a media mañana. Hacía calor en Roma, y Sebastiano Intili, Mario Giorgini y Giovanni Pisano, tres amigos romanos con pequeños antecedentes penales y sin una lira en el bolsillo -los tres están parados hace tiempo-, paseaban como siempre por Piazza Navona en busca de turistas a los que pedir unas monedas. Van al bareto de Vía Cucagna, a pasar el ferragosto "con cerveza y tertulia", pero está cerrado. De repente, la fuente aparece ante sus ojos como un oasis. "Como cuando éramos ragazzini", dice Giorgini, de 33 años. "Como cuando nos comíamos las sandías en la calle", ríe Intili.

Son las 13.30, y la fuente de los Cuatro Ríos debe parecer aún más bella y barroca de lo que es, con esos ocho monstruos marinos disfrutando el frescor del agua que llega del manantial Agua virgen. Intili, el capo del trío, no lo duda un segundo y se mete. Le sigue Pisano. Una vez dentro, Intili tiene otro antojo: hacer un tuffo, un salto. ¿Desde dónde? Nada menos que desde el tritón, diseñado y construido por el escultor Gianlorenzo Bernini hace la friolera de 346 años, en 1651, para una fuente que, por si fuera poco, era un encargo directo del Papa Inocencio X, aquel santo que exclamó "troppo vero" al ver que Velázquez le hizo pasar a la historia con una mirada más torva que la de Al Capone.

Enemigo público

Así que segundos después de romper en tres pedazos de 701 30 y 20 centímetros la cola del pez de Bernini, Intili es el enemigo público número 1. Y allí está el joven, sensible y tímido muchacho irlandés Ciaran Sheulin, que ha visto la escena con sus ojos azul oscuro y no tarda nada en convertirse en el héroe que toda buena historia necesita: avisa a una patrulla de la policía, vuelve raudo y se lanza veloz y sin bombona al agua para rescatar los fragmentos. La valerosa acción le vale al muchacho un bonito souvenir municipal: en 24 horas el concejal de Cultura le cuelga del cuello una medalla de plata con la efigie de Marco Aurelio.

Casi la misma rapidez con que la justicia condena a Intili a tres meses de cárcel y a una multa de dos millones de liras (unas 200.000 pesetas), cifra a la que el saltador deberá sumar -si el abogado Aldo Ceccarelli no lo impide- las costas del juicio y el gasto previsto para la restauración del monumento, unos 15 millones de liras. Sus compañeros, de aventura salen absueltos.

Pero antes de eso, en Italia, lo primero es lo primero: la declamación. Primero hablan los vándalos: "Estáis locos, por un simple chapuzón nos queréis arruinar la vida", grita Mario Giorgini. "La fuente estaba decrépita, la habrá hecho Bernini, pero estaba hecha polvo y yo me he jodido un pie", matiza Intili. Luego habla el abogado de los vándalos, Aldo Ceccarelli, 120 kilos de peso, famoso en los juzgados romanos por declararse "autor de 19 libros sobre la lengua italiana, inventor del diccionario de la elocuencia y heredero del mejor abogado de la historia italiana: Cicerón". El letrado anuncia solemne que Intili, además de recurrir cualquier condena, pedirá al Ayuntamiento 10 millones de liras (un millón de pesetas) de indemnización. Por los daños en el pie: "No se pueden tener en ese estado las fuentes públicas ni está prohibido bañarse en ellas. El que de verdad arriesgó algo aquí -la vida- es mi cliente". Y por último, sale a la palestra el alcalde, Francesco Ruttelli, que primero pide penas alternativas ("podrían limpiar monumentos") y luego saca la fusta: "No bastan las cámaras; pondremos vigilantes armados".

Sus palabras abren un debate más serio. La protección del arte. Casi una obsesión en un país habituado a lamentar destrozos en un patrimonio tan vasto como inseguro: 3.000 museos, 100.000 iglesias y capillas, 40.000 castillos, 900 centros históricos de importancia excepcional decenas de parques y áreas arqueológicas... ¿Se puede defender todo eso si copiarlo todo -como se hizo ya con el David y la Piedad de Miguel Ángel- no es posible y poner vallas es de mal gusto? ¿Cómo impedir que alguien imite el baño felliniano de Anita Ekberg en la Fontana di Trevi o haga una pintada obscena en la Galleria degli Uffizzi?

La ironía del articulista de La Repubblica Michele Serra da el toque sofisticado al caso. Bajo el título Ahora condenémosles a estudiar el barroco, introduce algunos anglicismos cruciales y grandes dosis de coña hiriente: "¿Una fuente barroca usada omo atrezzo de fitness? ¿Y si eso fuese body-art? ¿Y si esos tres golfantes fueran en realidad refinados performers que han aprendido arte en una de esas bi, tri o cuatrienales que exponen cerdos en formol, caballos en alcohol o amas de casa vivas con un carrito de la compra?".

Y concluye provocador: "¿O no es el primer mandamiento de nuestra sedicente sociedad del espectáculo que todos somos protagonistas, incluidos esos poquísimos marginados que no logran acceder a una prueba para ver el último espectáculo de Natalia Estrada?"

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