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Tribuna
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Máscaras y palabras

Los eufemismos son, como se sabe, fórmulas verbales destinadas a eludir la mención de realidades desagradables o conflictivas. Los hay piadosos (invidente por ciego) y los hay impíos (la solución final nazi designaba la consumación del genocidio judío). El terrorismo utiliza eufemismos (o expresiones concordantes), pero sus oponentes también lo hacen. Como el lenguaje no es inocente, porque su utilización no lo es, convendría que entre todos tratáramos de neutralizar o erradicar usos verbales que, en última instancia, favorecen la dialéctica terrorista.Convendría, pues, dejar de utilizar los términos violencia y violentos para designar al terrorismo y sus agentes. La violencia es cosa bien distinta a la extorsión, el chantaje, el secuestro y el crimen. Los asesinos son más que violentos. Al llamarlos violentos y hablar de la violencia, se está enmascarando -suavizando- una realidad mucho más desagradable y sombría en beneficio del terrorista. Tiene gracia que a quien descerraja un tiro en la nuca de un hombre atado de pies o manos, o sorprendido a traición y por la espalda, se le llame sólo... violento. Y que se lo llamen también quienes están en la lucha contra el terrorismo, porque el lenguaje mal utilizado es una plaga que acaba contaminando.

Tampoco debería utilizarse la expresión lucha armada para designar el tiro en la nuca, la bomba a distancia y el secuestro, que no son sino crudelísimo terrorismo. La lucha armada es, mejor o peor, la que libran dos ejércitos y, al margen de las monstruosidades que puedan cometerse, está sometida al Derecho Internacional. Este terrorismo nuestro, de guerra sucia -sí-, es además cobarde, porque, al contrario que los anarquistas de finales y comienzos del siglo pasado, ninguno de sus militares se juega nunca la vida. Tuvieron a tiro al Rey de España hace dos veranos en Palma de Mallorca, y estos gudaris de vía estrecha no le dispararon porque no habían organizado todavía la huida. Todo admirable de valor y heroísmo.

Hay que evitar la palabra abertzale para calificar a HB: lo patriótico en modo alguno puede enmarcar la realidad terrorista. HB no es una coalición patriótica; quienes bendicen la tortura y el asesinato no son patriotas de nada: son mafiosos, agentes del crimen, sicarios de un designio torvo y oscuro. A menudo se escuchan conmovidas y bienintencionadas invocaciones a la paz. Nada que objetar, pero que no se diga paz sólo por miedo, paz como si hubiera una guerra entre dos partes, cuando aquí están, de un lado, los sacripantes, los verdugos, y de otro, las víctimas, los inmolados. "No queremos terroristas ni terrorismo" es más claro que "queremos paz", con ser tan hermoso este deseo.

Algunos políticos nacionalistas hablan de autodeterminación. El País Vasco no es una colonia, ni un territorio conquistado en virtud de no se sabe qué oscura guerra o tratado. El País Vasco está unido a la corona de Castilla desde la Edad Media. Es absolutamente legítimo, aunque sea recusable la mitología racista que a veces se invoca, que una parte de la población vasca pida la independencia: las naciones son fruto del consenso de sus habitantes, y no existe ningún consenso eterno. Pero que no se nos vendan burras disfrazadas; autodeterminación, no; independencia, sí. Así, todo se entiende mejor. Y si lo que se pretende es un referéndum de independencia, que lo pidan y no nos aturdan los oídos con la integración de Euskadi en Europa, porque la que está integrada en Europa es España.

Franco ató mucho más de lo que algunos pretenden. Bien atado dejó lo del Estado español para evitar las por otra parte imposibles concreciones: República no podía decir, y Reino, tampoco. (Dictadura era impensable, claro). Entonces, alguno de sus eufemizadores burócratas se inventó Estado español, que tuvo suerte en los primeros años de la transición, cuando incluso la izquierda babeaba diciéndolo, creyéndose por eso muy federal. Ahora son los nacionalismos, sobre todo el vasco y aquellos que por cercanía se contaminan del uso, quienes emplean la atroz formulilla. Pero el hecho es que, cada vez que admitimos el uso de Estado español, estamos admitiendo que España no existe, negando así una realidad que tiene bastantes siglos detrás.

El nacionalista está en su derecho de no creer en esa realidad, pero decir sin decir, que es lo que se hace cuando se emplea la fórmula Estado español (estamos pero no estamos, somos pero menos o somos a la fuerza), significa una ofensa a la inmensa mayoría de los españoles. Es preferible que un euskaldún diga España, haciendo notar que es una nación ajena al País Vasco, a que se nos tome el pelo un día sí y otro no con lo del Estado español. Cabe admitir que somos una nación de naciones, si se quiere, pero esa nación se llama España. España puede ser plurinacional, pero no los Estados Desunidos de la Península e islas correspondientes.

El nacionalismo español, se dice, ha dejado de existir, y que eso es positivo. Seguro que lo es: la extinción de todo nacionalismo debe ser bienvenida. Y se equivocan gravísimamente quienes pretendieran revitalizarlo con el argumento de la lucha antiterrorista, que es una lucha entre la democracia y el fascismo, no entre España y el País Vasco (o una parte del País Vasco). Pero una cosa es no ser nacionalistas, y otra, bien distinta, someterse atados de pies y manos a la mentira, el crimen y la muerte. Y, a veces, también a la estupidez y la tomadura de pelo.

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