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Tribuna
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De las flores, la religión, la gente y las palabras

Ángel S. Harguindey

Hay una secuencia de Drugstore Cowboy, de Gus van Sant -utilizada ya ayer en algunos de los informativos de televisión que daban cuenta de la muerte del escritor- que define espléndidamente a Burroughs: Matt Dillon, un espeedico drogadicto que recorre el país con una maleta llena de fármacos, una novia, una pareja de amigos que no son tan amigos como se podría pensar y unos policías que le pisan los talones, se ve forzado una vez más a escapar de un anodino motel de carretera. El vecino de habitación es un viejo con voz nasal al que Dillon, antes de abandonar precipitadamente sus pertenencias, le muestra los fármacos que guarda en la maleta para que escoja lo que quiera. El viejo, con profesional seguridad, elige, dos o tres frascos: el resto es basura. Naturalmente ese viejo no es otro que William. S. Burroughs. Y de esta forma, y en una sola secuencia, se unen la carretera, el motel y los fármacos, una trilogía esencial para comprender una buena parte de la cultura del siglo XX, aquella que basa su sabiduría y experiencia en el nomadismo, en los viajes -exteriores e interiores-, en lo que, en definitiva, sintetizó el clásico: "navegar es preciso; vivir no es preciso".Las opiniones de Burroughs suelen ser rotundas, provocadoras. Surgen por todas partes: en sus textos, en sus declaraciones, en sus actos. Era, probablemente, uno de los mejores entrevistados que se pueda imaginar: siempre decía docenas de frases que servían para titular. Ventajas de haber sido durante años un maldito y de haber visto el lado oscuro de la vida allá por donde fuera.

Vinculado al movimiento hippy por el simple hecho de haber escrito sobre las drogas y desde la drogas, su opinión sobre ellos era clara: "De la única manera que le daría una flor a un policía sería tirándosela en un tiesto desde una ventana alta". Mucho antes que el citado movimiento floral irrumpiera en las dulces colinas, con sus flautas y puestas de sol, Burroughs escribía a su amigo Allen Ginsberg, en 1948: "Creo que vender caballo es menos comprometido desde un punto de vista ético que el constante estado de pretensión y disimulo que requiere cualquier trabajo normal".

Anticristiano

Sobre la religión, tampoco tenía dudas: "Soy violentamente anticristiano. El cristianismo ha sido el peor desastre jamás ocurrido en este planeta dado a los desastres, el veneno espiritual más virulento". Claro que el género humano tampoco se quedaba atrás en su desprecio: "Dios mío, la mayor parte de la gente no se ha ganado siquiera el derecho a pensar", ni su forma de organizarse: "El concepto de sociedad es una abstracción que no tiene sentido para mí".Para Burroughs el lenguaje es como un virus, y la palabra, un organismo maligno. Son sus herramientas de trabajo y mantiene con ellas una pugna a muerte: "Las palabras son los agentes principales de control. Las sugerencias son palabras. La persuasión está hecha de palabras. Las órdenes son palabras. Ningún sistema de control puede funcionar sin palabras". En una entrevista realizada por Ginsberg, lo explicaba más rotundamente: "El hombre debe deshacerse de las formas verbales para alcanzar un estado alterado de conciencia y ver aquello que está ahí para ser percibido".

Del oficio de escribir, propio y ajeno, sus opiniones son discutibles, o no, pero siempre coherentes. En diciembre de 1994, por ejemplo, hablaba de su forma de trabajar: "Norman Mailer dijo no que yo fuera un genio, sino que era un escritor poseído, a veces, por un genio, por algo que está fuera de mí. En algunas ocasiones, cuando tengo suerte, me llegan coherentemente grandes porciones de fragmentos narrativos. El escritor no debe pensar demasiado; es una especie de receptor, aunque creo que es más difícil serlo para un escritor que para ningún otro artista porque las palabras permanecen delante de tí mientras escribes. Creo que la escritura es mejor cuando menos haya de tí en ella".

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