Jonathan Miller ensalza a Mozart en una versión orientalista de 'Mitridate'
Han sido muy diferentes las soluciones adoptadas para las dos primeras de las cinco óperas de Mozart que se van a representar en Salzburgo. Para la juvenil Mitridate, cuyo esquema recitativo-aria permanente complica el desarrollo dramático, Jonathan Miller ha optado por un enfoque abstracto, atemporal, refinado, estático, clasicista, geométrico y gestual, con apuntes de ritual oriental y en el que los cantantes se mueven como figuras de porcelana en una caja de música. El palestino Abou Salem ha aprovechado la ambientación turca original de El rapto en el serrallo para hacer un despliegue inspirado en el mundo árabe actual.
Lo fundamental en Mitridate es entrar en el juego de la sucesión de arias como si de un concierto con escena adicional se tratase. El público así lo hizo en la versión de Miller, ovacionando todas las intervenciones (más de 20) de Bruce Ford, Kasarova Sieden, OeIze o Grant Murphy, un reparto más que correcto en estilo y muy equilibrado, aunque sin traspasar la frontera hacia lo extraordinario.Roger Norrington dirigió con tiempos alegres y hasta rápidos (hay quien los llama gimnásticos), con transparencia y visión de conjunto, a una Camerata Académica que respondió con holgura a sus exigencias musicales. La producción se estrenó en enero de 1997, durante la Mozartwoche, y ha tenido un epílogo sorprendente ahora con unas declaraciones del director de escena al diario romano La Repubblica, donde despotrica de Salzburgo como ciudad "hipócrita, reaccionaria y nazi"; del Festival como "mundano y chic"; y de los cantantes líricos como "ignorantes, estúpidos y con cerebro de dinosaurios". Incluso se negó a tomar una copa con la compañía en el cóctel después de la premiere. "Me produce horror beber champaña en una sala que lleva por nombre Karl Böhm, un director que salía al podio con la esvástica en el brazo", ha manifestado Miller.
Acogida tumultuosa
El rapto en el serrallo, visto con los ojos árabes de Abou Salem, tuvo una acogida tumultuosa, aunque con más muestras a favor que en contra el día del estreno, unas y otras expresadas con pasión. La gran baza es la excelente y fogosa dirección musical de Marc Minkowski, llena de contrastes, energía y aguda complicidad en los tiempos y respiración de los cantantes. El reparto fue más que aceptable, pero tampoco alcanzó las cotas de lo inolvidable. Christine Schäfer está por debajo de su hechizante Lulú de hace dos años aquí y a Paul Groves le falta un punto de chispa para conseguir ese poder de comunicación que su buena línea musical merece.El director de escena Abou Salem, palestino formado en París en el Thêatre du Soleil, ha aprovechado la ambientación turca original de El rapto para hacer un despliegue de la estética (y ética) del mundo árabe en la actualidad: alambradas; metralletas; acuerdos con el mundo occidental; integrismo; seducción por la civilización europea; contradicciones del papel social de la mujer; derviches, flautas y tambores que refuerzan la orquesta o se mueven por el escenario con sus sones tradicionales. La partitura mozartiana se respeta, pero los diálogos están adaptados a la nueva situación.
A Abou Salem se le escapa la resolución teatral de las arias solistas o del cuarteto del final del segundo acto, seguramente por inexperiencia en un medio que requiere tratamientos escénicos muy diferentes a los del teatro hablado, entre otras razones por cuestiones tan evidentes como que el tiempo no transcurre de la misma manera.
Que Salzburgo se convierta por una noche en Marraquech o Estambúl es una idea como mínimo original. Tal vez este Rapto no sea un espectáculo que haga historia, pero al menos invita a una sonrisa de tolerancia. Algo que necesita una ciudad cuyo porcentaje de votos de la derecha más radical es muy elevado.
Babelia
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