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Sensatez y provocación

¿De qué hablamos cuando ha-blamos de música? De muchas cosas. De los compositores, de las obras, de los intérpretes, pero rara vez de los organizadores que están en la trastienda. Y, sin embargo, una organización eficaz es fundamental. ¿Cuándo nos referimos, por ejemplo, a Asís Aznar, artífice de la ejemplar programación dé la Sociedad Filarmórfica de Bilbao? ¿O quién sabe, salvo los profesionales, que detrás de la Quincena Musical de San Sebastián lleva ya 18 años José Antonio Echenique? ¿O que trasel equilibrio de los actos musicales de la Fundación La Caixa de Barcelona está Mari Carmen Palma? ¿O, en otro terreno, que tras la asombrosa experiencia de la Escuela de Música de la isla de La Palma (el pasado viernes presentaron su conjunto sinfónico) conviven las lúcidas mentes de Gonzalo Cabrera, Leopoldo Santos o el filósofó Luis Cobiella?Hablar de todos ellos es hablar sobre todo de sentido común, una palabra peligrosa porque, como dice agudamente Fernando Savater en su espléndido libro El valor de educar, "nada es tan provocativo como la sensatez". Savater se refiere a cuestiones pedagógicas, pero en las culturales ocurre tres cuartos de lo mismo.

Sensatez, o sentido común, es lo que caracterizaba últimamente al Festival Mozart de la revista Scherzo, un certamen que anteayer cerró sus puertas en Madrid cuando estaba precisamente en su mejor momento artístico, tras una década casi prodigiosa. No están ahora los tiempos finos para la música clásica en la capital. Uno de los méritos mayores del Festival ha sido el de atraer a un nuevo público -esa aspiración con que se llenan la boca siempre los políticos mientras dan palos de ciego- que hasta llegaba a abarrotarlos conciertos de cámara, con una actitud en los conciertos tan atenta como respetuosa.

El éxito, evidentemente, no se perdona. Y mucho menos si las instituciones que sustentaban al Festival no se emborrachaban contínuamente poniéndose. medallas de protagonismo.

Tampoco es que desembolsasen enormes cantidades de dinero, pero por lo que sea el festival no les resultaba cómodo y suficientemente manejable. Lo que queda claro es que el Festival Mozart se había convertido en una de las señas de identidad de la vida musical madrileña. Otro punto de referencia de esta vida musical es Ibermúsica. El público y el enfoque son muy distintos a los del Festival Mozart, pero su peso social en la cultura musical de la capital es evidente. Gracias a su director, Alfonso Aijón, un profesional como la copa de un pino con una habilidad especialísima para acceder con familiaridad a las grandes estrellas de la dirección, Madrid ha podido escuchar durante más de un cuarto de siglo a las mejores orquestas del mundo. Pues, bien, Ibermúsica está también con las alarmas de prevención encendidas, pues les han anunciado la retirada de apoyos económicos después de la próxima temporada. A uno le resulta dificil comprender por qué se incrementan las dificultades a lo tan finnemente consolidado.

Al Festival Mozart de Scherzo ya le han salido varios pretendientes. La última proposición recibida, y probablemente la más sólida, está aún calentita y viene de La Coruña con el sostén básico de la mozartiana Sinfónica de Galicia y los políticos e instituciones locales que apoyan a la orquesta. El grupo Víctor Pablo Pérez (director musical)-Enrique Rojas (gerente)Francisco Vázquez (alcalde)-José Luis Méndez (concejal de Cultura) es una garantía para el trabajo eficaz de Antonio Moral y su equipo. No veo descabellado que Mozart cambie los aires secos de la meseta por las brisas marinas.

La cultura musical daría así otro paso más hacia esos lugares de la periferia donde confluyen voluntades de integración de esfuerzos y lucidez de ideas. La pérdida de protagonismo cutural de las grandes ciudades es un signo de los tiempos. Musicalmente, Madrid se va desinflando entre las expectativas devaluadas del Teatro Real, la pérdida de trenes de la reforma educativa en sus niveles elementales (la base del futuro, no nos engañemos) y la desidia o falta de imaginación de una política musical indecisa.

Savater tenía razón. La sensatez levanta ampollas. Es unaevidencia que sufren cotidianamente algunos organizadores con cabeza y visión de lo que se traen entre manos. Mientras no se erradique esta tendencia, la cultura inteligente del espectáculo, la música que vale la pena, lo tiene crudo. El resto son pamplinas, los tres tenores, dinero fácil, marketing, envoltorios de postín y otras falsedades más o menos inmediatas.

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