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Paris recuerda a Kieslowski

El estreno de 'La cicatriz' inicia una serie de homenajes

El 13 de marzo de 1996 moría en Varsovia, víctima de problemas cardiacos, Krzystof Kieslowski, un cineasta polaco, secreto, discreto y miniaturista, que el festival de San Sebastían descubrió en 1987 con Breve historia de amor, uno de sus episodios de un decálogo muy personal, un descubrimiento que adquirió una mayor resonancia internacional cuando Kieslowski pudo presentar en Cannes No matarás un año después. Marin Karmitz, el productor francés de los cuatro últimos filmes de Kieslowski, ha organizado en París, con motivo del estreno de un viejo filme -La cicatriz (1976)- del cineasta, una serie de actos de homenaje a su obra y figura.

Podrán verse además otras tres cintas poco conocidas de Kieslowski -El aficionado (1979), La fortuna (198 1) y Sin final (1984)-, se repondrá su trilogía Tres colores (1993-1994), se presentarán varios documentales sobre el trabajo del director, se organizará una exposición de fotografías bajo el tema Kieslowski íntimo y se publicará un libro que recoge todos los textos publicados por la revista Positif relativos a la obra o personalidad del artista polaco.La cicatriz, el filme que motiva esta reactualización de la ola de kieslowinianía que ya vivió Francia a principios de la década de los noventa, es una cinta sobre la utopía y su capacidad para cegar a los hombres. El protagonista es un empresario ideal, un hombre que cree en el comunismo y en los efectos benéficos de la creación de nuevas industrias. Su credulidad en los futuros radiantes le impide ver que su fábrica destruye toda la naturaleza circundante, que los obreros carecen de libertad de expresión y que el partido comunista que dirige el país es objeto de unas luchas intestinas dignas de la familia Gucci.

Ese Quijote comunista es, según Kieslowski, un hombre que ha creído en la realidad que el cine y la televisión del Este había fabricado. En El aficionado, el cineasta se interrogaba directamente sobre la capacidad del cine para servir como microscopio o telescopio. En La fortuna, el sentido de la historia, el orden seguro de los planes quinquenales, es ridiculizado por esa casualidad a la que hace referencia el título. Y en Sin final, un fantasma intenta en vano modificar el curso de las cosas.

Pero quizás la propuesta más popular para celebrar la memoría de Kieslowski es la creación de un premio de cortometrajes que lleva el nombre del director. Se trata de escribir, en cinco folios, un guión destinado a ser rodado por la productora de Marin Karmitz y por alumnos de la escuela Louis Lumière. Los temas de estos guiones deberán ser la justicia, el respeto o el espíritu cívico.

El cine polaco de Kieslowski, que se suponía iba a caducar, como había caducado el sistema social que lo había producido y que el director criticaba, es la gran sorpresa de esta nueva oleada de entusiasmo y curiosidad por el autor. Los temas tratados por Kieslowski, su capacidad para abordar en profundidad el mundo de apariencias que su cámara capta, hace que los personajes sigan vivos, que las historias también sobrevivan a la anécdota y que su insólito misticismo de cámara encuentre cada vez más espectadores.

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