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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Buen relato, regular relator

El relato del tramo de la vida del escritor Primo Levi que cuenta La tregua es una historia verídica y una cala dentro de un desastre de proporciones enormes, pero que, en la medida que quien lo vivió y contó resurgió de su desventura en plena lucidez, deja escapar un respiro esclarecedor. Cuanto contribuye a mantener viva la verdad de lo que es el fascismo entra en el apartado de las cosas indispensables y en este sentido, y como rescate de un gran testigo de la herida que sangra en los subterráneos de Europa, La tregua es una de ellas.La peregrinación de Levi desde el abismo de Auschwitz (del que sobrevivió con unos pocos más, liberado por el ejército soviético en 1945) a su casa de Turín, atravesando de norte a sur, desde Polonia, un ancho territorio de la Ucrania soviética, para luego desviarse a Rumania, Hungría, Austria y Alemania, y allí, desde Múnich, saltar los Alpes en busca del norte de Italia, es un itinerario físico y anímico en el borde de los límites del aguante humano, que forjó un carácter que desde entonces se hizo parte de las alertas de la Europa libre.

La tregua

Dirección y guión (basado en el relato autobiográfico de Primo Levi): Francesco Rosi. Italia, 1997. Intérpretes: John Turturro, Rade Sebedzija. Madrid: cines Odeón, Plaza Aluche, Conde Duque, Vaguada, Azul, Minicines, Multicines Albufera y (V. O) Ideal.

Cuanto es y rodea este doloroso viaje y su tenaz -¡qué bien y con qué sencillez lo compone John Turturro!- viajero, basta y sobra para llenar la pantalla de esa verdad en el borde de lo increíble que se aprieta en el contenido argumental de toda buena película itinerante, pero representar un relato de camino pide algo más que buena hilazón de sucesos y de escenarios. Pide un tempo peculiar y una distinción en el encadenado secuencial que haga caminar íntimamente al inmóvil espectador al compás del viajero y éste le permita un acceso instantáneo a cada uno de los vaivenes exteriores y las mutaciones interiores que experimenta durante su traslación.

Quietudes

Por desgracia, en La tregua ocurre lo que en tantas otras películas de composición itinerante no bien encarriladas: percibimos los altos del camino pero se nos escapa el deslizamiento, el caminar. Asistimos a la tremenda caminata de Levi desde Auschwitz a Turín, pero no nos golpea por dentro lo que tiene de extenuante esfuerzo. De ahí que lo que en ella ocurre es de calado superior a su cómo ocurre. En otras palabras: el relato está por encima de su relator. Este nos conduce de quietud en quietud pero no impregna la pantalla con el flujo -la traslación en cuanto tal- que hay bajo los sucesivos sucesos, el fluir de su sucesión. Y quedan en la retina hechos, pero no engarces de hecho con hecho; quedan escenas, pero no transiciones de escena a escena; quedan reposos del movimiento pero no la movilidad que enlaza reposo con reposo.Y esta noble y generosa reconstrucción del esfuerzo de un hombre en busca de la dignidad y la libertad queda así apresada por una película-corsé, que alcanza a poner en pantalla con solvencia la mecánica de un empuje pero no -pues para alcanzar esa proeza hay que sobrepasar el rasero de lo correcto y entrar en el de lo excepcional- la dinámica de ese empuje. Francesco Rosi es un glorioso veterano de la tradición del realismo italiano en su vertiente más comprometida en las luchas políticas, pero las alquimias (los artesanos del western fueron virtuosos en ellas) del cine itinerante le son ajenas y se le nota.

El conmovedor relato -traducido a la pantalla más que recreado en ella- es realizado con honradez y ganas, pero por debajo de las posibilidades expresivas que contiene, y que se han quedado inéditas, lo que hizo a La tregua presentarse hace poco en Cannes como una película de choque y salir de allí como una de relleno, sin pena ni gloria.

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