Sombras germanas
EL EURO carecería de sentido sin la plena participación alemana. Por ello, las tribulaciones económicas alemanas no afectan sólo al mayor país de la Unión Europea, sino que son motivo de preocupación para todos los europeos favorables al proyecto común. Alemania tiene, y tendrá al menos hasta el 2001, un problema de déficit público. Lo ha puesto de relieve el Gobierno, pero también el grupo de economistas independientes que le ase sora. Estos últimos prevén que este año, debido a la falta de crecimiento económico, el Estado dejará de percibir unos 18.000 millones de marcos en impuestos. A lo que hay que sumar otro tanto de gastos suplementarios para hacer frente al seguro de desempleo, al superar el paro las previsiones presupuestadas y afectar ya a 4,3 millones de personas. Con lo que el objetivo de Maastricht de 3% de déficit público para 1997, y no digamos ya el 2,9% presupuestado, parece alejarse cada vez más peligrosamente.Salvo que se tomen medidas extraordinarias. Y es lo que pretende el Gobierno al buscar una regularización -es decir, revalorización, y su eventual venta- de las reservas de oro como forma de reducir la deuda pública, algo que han hecho casi todos los otros Estados en Europa en los últimos años. Pero ahora a Alemania se le acusa de contabilidad creativa, que es precisamente lo que Bonn ha criticado tantas veces a otros países aspirantes a la Unión Monetaria. El Gobierno estudia también vender más acciones de la compañía telefónica, Deutsche Telekom. Lo cual puede resolver la situación de este año, pero difícilmente la del siguiente.Cada vez parece más inevitable que Alemania tenga que plantearse, para aumentar la recaudación y reducir el déficit público, un aumento de impuestos, al menos de los indirectos. Los democristianos contemplan este paso, necesariamente impopular, junto a un aplazamiento de la rebaja prevista para enero próximo -del 7,5% al 5,5/(r- en el impuesto especial sobre la renta de las personas fisicas que se creó para financiar la unificación alemana. Pero los socios liberales de la coalición gubernamental, que celebran esta semana su congreso, enarbolan la bandera contraria y están firmente comprometidos a reducir la presión fiscal. Sólo estarían dispuestos a un aumento de algunas tasas indirectas si lo acompañara una reducción de los impuestos directos. Probablemente a mediados de septiembre próximo, cuando hayan pasado los meses mejores para el empleo y se sepa con más certeza el verdadero ritmo de crecimiento de la economía alemana, llegue la hora de la verdad, de decidir si subir los impuestos o no. Lo que, en caso afirmativo, podría provocar una crisis en la actual coalición gubernamental.
El paquete creativo, unido a la impopular discusión pública sobre una eventual subida tributaria, indica la seriedad del compromiso de Kohl -que ha de afrontar elecciones en el otoño de 1998- hacia el proyecto del euro. Lejos de provocar sonrisas sobre la contaminación del rigor alemán por la creatividad de sus socios más imaginativos, lo que está haciendo su Gobierno puede constituir un aviso para navegantes: no hay que contar con un examen de selectividad liviano en mayo de 1998. Si Alemania hace un serio esfuerzo político y económico por aprobar, pedirá otro tanto a los demás, especialmente a los países del Sur.
La cuestión es saber si Alemania va a llegar a tiempo al euro o si el euro puede nacer con una economía alemana que no crece lo suficiente para mejorar sus cuentas y generar empleo. De momento, la economía alemana ha dejado de ser la locomotora de Europa. A lo que hay que sumar la incertidumbre que generan las elecciones francesas. Aunque vienen tan rápidos como vuelven a disiparse, estos nubarrones ensombrecen las perspectivas de la UEM. El éxito de las aspiraciones europeas de nuestro país no depende sólo de que España vaya bien, sino principalmente de que Alemania vaya bien.
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