Los fantasmas aterrizan en La Croisette Compiten "Welcome to Sarajevo" y un delicioso 'Western' francés
Ayer dos fantasmas bajaron a La Croisette. Por un lado, comenzó el delicado y emotivo homenaje que se prepara a la memoria de Marcello Mastroianni con la proyección del filme del portugués Manoel de Oliveira Viaje al principio del mundo, último en que actuó. Y otro (y pido disculpas por mezclara quel espíritu terrenal con este fantasmón marciano), el incoloro Michael Jackson, espectro danzarín de imprecisa pinta cadavérica, que vino aquí a promocionar su nuevo y fantasmal clip (titulado precisamente Fantasma), vestido coherentemente de tal y oculto detrás de un pasamontañas rojo con chorreras y gafas negras de luto riguroso. En menos palabras: una gloria y una pena.
Mientras tanto, la gran pantalla Lumière, alrededor de la que giran estos multitudinarios días de cine y anticine, acogió ayer dos películas con planteamiento inteligente pero con acabamiento defectuoso, sobre todo en lo que concierne a la británica Welcome to Sarajevo, dirigida por el debutante Michael Winterbottom, que tiene alguna proximidad argumental con la española Territorio comanche, pero con más anchura de miras en la reconstrucción del infierno de la capital bosnia, pues aborda el abismo desde varios puntos de vista y no escatima datos e imágenes documentales sobre el origen y la responsabilidad política europea de aquel abominable genocidio neonazi, ante el que Europa jugó el papel de Pilatos, y constancia de ello queda en el filme.Lo que ocurre es que este buen planteamiento desvaría a mitad del metraje y Winterbottom se mete en un fregado sentimental, e incluso ternurista, extemporáneo, por verídicos y patéticos que sean los casos que cuenta, lo que hace cómplice a la película de lo que la película denuncia. El punto de vista dominante del relato deja de ser el genocidio en cuanto tal, que pasa a asunto telonero, y otro punto de vista, inevitablemente balsámico, se apodera de la pantalla.
Se trata de imágenes de la adopción de niños bosnios por familias occidentales, asunto también amargo y duro, pero en definitiva otro asunto; y para colmo endulzado por escenas idílicas del bienestar entre edredones de una niña bosnia en su familia adoptiva londinense. Es este cierre del filme la imagen que queda de él, lo que es una evidente caricia. compensadora de la negrura de su conciencia para las sociedades que generaron y después se inhibieron de aquel nuevo holocausto. Un grano de arena se hace así protagonista de un desierto, y las buenas intenciones iniciales del filme se derrumban sobre sí mismas, ya que un relato como éste no tiene derecho a dejar a nadie, y menos a los europeos, buen sabor de boca.
En cambio, quien tiene no el derecho sino el deber de colocarnos en paz y armonía con nosotros mismos es el francés Manuel Poirier, con su deliciosa Western. Y lo logra. La película es una pequeña delicia de cine itinerante, una original y genuina road movie europea, que tiene un defecto: sobra media hora larga.
Si al cineasta Poirier le entrasen aficiones de peluquero, podría dejar su excesiva aventura de casi dos horas y media en una hora y tres cuartos redondos de preciosa y gozosa metáfora de la Europa interracial que vivimos. Es la historia de dos jóvenes, un moreno guaperas catalán, que se lleva a las francesas de calle, y un muchacho ruso feo y escuchimizado, que consigue ligar a base de ingenio y tozudez admirables. Ambos recorren Normandía a lo largo de un viaje que se convierte en un rosario de peripecias vivísimas, llenas de simpatía y frescura.
En esta escapada no falta una generosa mirada a la gloria del mestizaje, a la cama redonda multicolor, como mejor remedio para enriquecer la vieja mala sangre europea, lo que de paso es una saludable patada en buen sitio al lepenismo y otras variantes de la charanga castradora que llevan dentro todas las mitologías fascistas. La imagen final del semental hispano Sergi López y el pichabrava eslavo Sacha Burdo secuestrados por una rubia madraza normanda con 15 hijos (pronto 17) de 15 padres (pronto 17) de todas las etnias puso ayer al personal festivalero en trance de multiplicarse in situ.
Babelia
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