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El Quijote y todo lo demás

He afirmado más de una vez que Martín de Riquer es esencialmente un medievalista, y esa vocación originaria se aplica de modo fundamental a tres dominios: los géneros determinantes de la tradición románica (epopeya, lírica trovadoresca y roman courtois), las antiguas letras catalanas y, en fin, la historia social (sobre todo de la alta sociedad -he precisado en alguna ocasión-, del mundo de la caballería). A esa afirmación obvia he hecho seguir también a menudo otra que sonaba ya a paradoja: los estudios riquerianos que no se ajustan estrictamente a uno o varios de esos tres dominios -como ocurre con cuantos versan sobre la literatura en castellanodeben considerarse subproductos de la colosal actividad del maestro. "¿También mete usted en ese saco -me preguntaron entonces- sus estudios en torno al Quijote?". "Pues sí, señor, ahí los meto", respondí.A decir verdad, muchas de sus publicaciones más estimadas se catalogan a menudo con excesiva ligereza bajo el epígrafe literatura española, cuando en realidad caen más propiamente en otro de los dominios fundamentales de Riquer: la historia de la caballería medieval. Es ese un mundo notoriamente sin fronteras nacionales, con protagonistas errantes por definición, aglutinado precisamente por las nostalgias de la épica, la lírica y el roman, y no resulta sustantivo que en él aparezcan abundantes personajes y libros castellanos: en un volumen tan apasionante como Cavalleria fra realtà e letteratura nel Quattrocento, por remitir sólo a uno de tantos ítem afines, no hay razón especial para fijarse más en Suero de Quiñones y Garci Rodríguez de Montalvo que en Jacques Lalaing o Joanot Martorell.

Pero no a otro ámbito de intereses debe arrimarse la más difundida de las aportaciones de Riquer sobre la literatura en castellano: una ya clásica edición del Quijote o, mejor dicho, una serie de ediciones siempre renovadas. Porque, en verdad, la tal edición y, solidariamente, los copiosos, capitales estudios que la flanquean, desde la nota de detalle, pero siempre crucial, al artículo y al trabajo de conjunto, pasando por las inquisiciones sobre traductores como Franciosini o imitadores como "Avellaneda", es decir, como Gerónimo de Passamonte; todas esas vigilias cervantinas, digo, ¿acaso no son en primer término exploraciones del modo en que sobreviven en torno a 1600 las costumbres, el espíritu y los mitos de la caballería medieval, de esa caballería cuya literatura, asediada en los orígenes románticos y en los desarrollos catalanes, cubre los otros campos principales del atareo de Riquer?

Pero, por otra parte -me han replicado-, "cuando en el prólogo a Caballeros andantes españoles Riquer declara que ese libro es una apostilla a un pasaje del capítulo XLIX del Quijote, ¿no debemos tomárnoslo en serio? ¿En qué quedamos, listillo? Para Riquer, ¿en el principio fue el Quijote, y sólo luego vinieron el Tirant, los pasos, las cartas de desafío, las batallas a ultranza, el roman, "le donne, i cavallier, l'arme, gli amori, / le cortesie, l'audace imprese...? ¿O fue exactamente al revés, como usted propone?".

Por la boca muere el pez. Después de haber propuesto mi interpretación y haber tomado nota de la réplica, yo, la verdad, no sé a qué carta quedarme.

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