Un año de educación conservadora
Hace ahora un año, un nuevo equipo del Partido Popular se puso al frente de la educación española. La tarea que tenía por delante era difícil: había que implantar la nueva etapa de educación secundaria; era urgente llevar a la práctica los títulos de formación profesional cuyo catálogo se acababa de completar; había que colaborar con los centros para que pudieran dar una respuesta adecuada a la diversidad de los alumnos; era preciso impulsar la participación, reforzar el papel de los equipos directivos, extender la evaluación del funcionamiento de los centros, ilusionar e incentivar a los profesores ante las dificultades.Sorprendentemente, estos temas no parecen haber preocupado al Ministerio de Educación. Por el contrario, dos cuestiones más específicas han estado en el centro de su atención: la selectividad y las humanidades. En relación con la selectividad, todavía no se sabe bien en qué acabará este proceso. Primero se considera que el sistema es injusto. Después se proponen dos exámenes. Más tarde se retira esta propuesta y se apunta un sistema de doble vuelta, en el que los alumnos que han accedido a los estudios deseados con las últimas calificaciones competirán en nuevo examen con los primeros que han sido suspendidos, modelo que parece copiado de la liga de baloncesto. Después, silencio.
La situación de las humanidades ha sido el otro tema de estudio. Nada que objetar a que se vuelvan a pensar con sosiego los aprendizajes más convenientes para los alumnos. Sin embargo, no parece acertado plantearse esta revisión sólo en relación con las humanidades. Si las humanidades no están bien tratadas, quiere decir que hay otros ámbitos del saber que están demasiado bien tratados. Habría que tener en cuenta también a estos últimos, que no creo que se sientan tan favorecidos, para conseguir finalmente unos contenidos amplios, equilibrados y diversos para responder a los intereses de todos los alumnos. Un dato para la reflexión: en 4º de secundaria y 1º y 2º de bachillerato hay las siguientes materias obligatorias para todos los alumnos: lengua castellana y literatura (10 horas), lengua extranjera (9 horas), ciencias sociales (6 horas), educación física (4 horas), matemáticas (3 horas), filosofía (3 horas) y ética (2 horas). De 37 horas obligatorias, sólo tres tienen un contenido estrictamente científico.
Pero si en determinados temas educativos el equipo ministerial se ha dado un cierto tiempo antes de decidir, no ha sucedido lo mismo en su voluntad por desprestigiar a la enseñanza pública. En este campo su posición ha sido firme desde el principio. "Hay un colegio, que suele ser concertado, que tiene miles de peticiones. A su lado hay otro, público generalmente, al que los padres no quieren llevar a sus hijos" (Esperanza Aguirre, mayo 1996). Posteriormente, los presupuestos de Educación: mientras que la enseñanza concertada tuvo un incremento del 5%, los presupuestos de la enseñanza pública descendieron. Más tarde, una orden por la que se subía el número de alumnos por aula. Posteriormente, un decreto, el único aprobado por el Gobierno en Educación no universitaria, en el que se facilita a los centros seleccionar a sus alumnos. Ya lo había avisado el anterior portavoz de Educación del PP durante la campaña electoral: las familias y los méritos deben ser los criterios de admisión de alumnos, "aunque esto pueda significar concentrar en algunos lugares a los tontos".
Una de las esperanzas que tenemos los que consideramos que una buena enseñanza pública debe ser motivo de orgullo para un país y sus ciudadanos, es que el equipo ministerial cumpla su compromiso de transferir la Educación a las comunidades autónomas este año. Todo el sistema educativo, pero especialmente la enseñanza pública, saldrá beneficiado.
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