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Intereses y dignidades

El líder del régimen islamista de Teherán, el ayatolá Jamenei, dice que Irán no tiene ninguna prisa por que vuelvan allá los embajadores de la Unión Europea. Éstos abandonaron Irán cuando un tribunal alemán, juzgando a los asesinos de cuatro kurdos en Berlín, llegó a la conclusión de que actuaron por orden directa de la cúpula del régimen de Teherán. Quedaba así confirmada la sospecha de muchos y convicción de no pocos. El régimen iraní no sólo comete crímenes contra sus propios ciudadanos en casa. También envía a verdugos a actuar en países con los que dice mantener relaciones normales.

La UE no quiere seguir manteniendo congeladas sus relaciones con Teherán. Pero la situación ya no es la misma que antes de la sentencia. Ha tenido que reconocer el fracaso absoluto de su llamado diálogo crítico, una política que se justifica con la teoría de que los derechos humanos en Irán se defienden mejor desde la simpatía al régimen que desde la denuncia. La UE ya no puede pretender ignorar lo evidente y demostrado. Y las relaciones están, de hecho, afectadas. Jamenei ha advertido que "Occidente pagará un alto precio" si no se reinstala en la pretensión de la ignorancia. Lo que exije Teherán es impunidad. Y, para lograrla, amenaza con represalias.

Por otra parte, la Comisión de Derechos Humanos de la ONU rechazaba hace unas semanas una moción tímidamente condenatoria de la violación de los derechos humanos en China. Nadie vaya a creer que la mayoría pensaba que la moción era injustificada. Y nadie crea que votaron como lo hicieron porque les parece bien que se violen los derechos humanos en China. No. Eran votos de gente decente. Pero no votaron por convicción. Lo hicieron por miedo. Bajo amenazas de que pagarían un alto precio si condenaban oficialmente la masiva y sistemática violación de los derechos humanos en China. Pekín no niega los crímenes. Lo que exige a la comunidad internacional es el reconocimiento universal de su derecho a practicarlos. Demanda, como Teherán, impunidad. Y amenaza con represalias a quienes se la nieguen.

Quien es un rufián en casa difícilmente será un caballero fuera. Esto se suele tener en cuenta cuando se da bola negra (veto al ingreso) a un aspirante a miembro de un club social. Lo que no impide hacer negocios con él, pero sí pretender que se le considera honrado. Regla sabia. Las democracias debieran sentirse lo suficientemente seguras y afines entre sí como para dar bola negra a quienes se comportan como rufianes. Con sus ciudadanos y con el derecho internacional.

El relativismo cultural y moral tan en boga en Occidente demanda ignorar los principios en las relaciones internacionales. Supone que los citados regímenes, que reprimen, torturan y ejecutan, van a negarse a negocios que les interesan por el mero hecho de haber sido criticados. Considera que las relaciones con estos países han de ser cálidas. Sacrifica los principios. Pero no está claro que consiga beneficios a cambio. Es harto improbable que Teherán y Pekín renuncien a negocios de su interés por condenar principios que sus socios potenciales defienden.

Las democracias deberían enfrentarse unidas al matonismo diplomático de Pekín, Teherán y otros. Porque, si no, se hacen vulnerables al chantaje. Competir en el comercio exterior, también con regímenes de esta catadura, es legítimo. Pero no lo es el cortejarlos en la mentira. Y buscar ventajas comerciales a base de complicidades es amoral, insolidario con quienes tienen el coraje para la denuncia y peligroso porque mina la cohesión entre las democracias. Es todo una cuestión de dignidad. Pero también de intereses.

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