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El más político de los procesos

Joaquín Estefanía

Definitivamente, el camino hacia la UEM ha devenido en un espectacular proceso político de dos direcciones: Maastricht influye decisivamente en las políticas internas de los países aspirantes, y estas últimas son básicas a su vez para la valoración que hace la Comisión Europea en sus informes semestrales sobre la marcha de las economías nacionales.Respecto de la primera parte de esta retroalimentación, la situación de Alemania, Gran Bretaña y Francia son los ejemplos más cercanos. Alemania celebrará elecciones a finales de 1998; la principal incógnita de las mismas -si se presentaría o no el más ferviente europeísta germano, el canciller Kohl- ya se ha despejado en sentido positivo; no es arriesgado analizar que Kolh repite ante la desconfianza que tiene en que otros líderes alternativos (de su propio partido o de los socialdemócratas) sean tan perseverantes como él en el objetivo del euro.

Gran Bretaña se juega esta semana su futuro, aunque el enigma sobre el grado de su participación europea no se despejará, gane quien gane, hasta que se convoque el referéndum prometido tanto por los laboristas como por los conservadores. El asunto es tan complicado y hay tantos euroescépticos entre los británicos que, a diferencia del resto de las naciones europeas, conceptos como moneda úníca, federalismo e incluso Europa, han sido orillados de la campaña electoral.

Y, sin embargo, Gran Bretaña es uno de los países más preparados filosóficamente para compartir la política económica de la Europa del futuro: Major propone una especie de thatcherismo de rostro humano y Blair un radicalismo de centro, sin marchas atrás en lo fundamental.

En Francia, Chirac ha convocado unos comicios que no necesitaba por su abrumadora mayoría en el Congreso; pero su integración en la Unión Económica y Monetaria (UEM) demanda la legitimidad de unos sacrificios y de un adelgazamiento del Estado, que no es seguro que avalen los ciudadanos, acostumbrados a protestar masivamente cuando se les reclaman reformas que no comparten. Por ello, mucho más que por la fuerza en las urnas de los socialistas, la apuesta del presidente galo es arriesgada.

En cuanto a la necesidad de altas dosis de credibilidad para estar en la UEM, el contraparadigma es Italia. La Comisión Europea, en su informe de primavera, ha marginado sólo a dos países: Grecia, notoriamente alejada de los criterios de convergencia, e Italia, que se separa de los mismos porque la previsión de su déficit público es del 3,2% del producto interior bruto, es decir, tan sólo dos décimas por encima del porcentaje máximo exigido en Maastricht.

Los italianos han acusado a la Comisión de racismo monetario al atribuir resultados positivos en el saneamiento de las finanzas públicas a países como Alemania o Francia, que, -por el momento, dependen de coyunturas tan aleatorias como la propia Italia. La explicación más plausible es la diferencia de expectativas -y en definitiva, de sostenimiento de las tendencias- que ofrecen los países citados respecto a su socio del Mediterráneo.

¿Y España? Nuestro país, que ha reestablecido espectacularmente los principales desequilibrios en los últimos meses, está en el límite de la primera división. Por ello ha advertido el gobernador del Banco de España, Luis Ángel Rojo, de los riesgos de la euforia. Si no se cumpliesen las cifras de la Comisión Europea y sí las del Fondo Monetarío Internacional (más pesimistas), España cerraría el año 1998 con un déficit del 3,2%. El mismo que Italia. Entonces los dos países quedarían fuera, si triunfan las tesis de los halcones, situados en el área más germánica y más técnica de la UE. El peligro no ha pasado.

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