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¿Hacia un debate constructivo?

En EL PAÍS del 24 de febrero último, y bajo el título Diálogo de sordos, Joseba Arregi y Daniel Innerarity abogaban por un diálogo abierto, tolerante y mutuamente respetuoso en torno a "los graves problemas que aquejan a la sociedad vasca", a propósito de los cuales, la discusión pública ha degenerado en un "choque de acusaciones" que, a juicio de los autores -y, al menos, en esto llevan razón-, "sólo un eufemista puede atreverse a llamar diálogo".Recuerdo al lector que, según se lee al pie del artículo, Arregi (pronúnciese Arregui) es "parlamentario vasco por el PNV y ex consejero de Cultura del Gobierno vasco" (además de lo cual, está graduado en Filosofía y en Teología y es autor de numerosos artículos y, cuando menos, de un interesante libro, titulado Euskadi invertebrada), mientras que Innerarity es "profesor de Filosofía [en la Universidad de Zaragoza] y miembro de la Asamblea Nacional del PNV" (y autor, también, de buen número de trabajos publicados en diferentes medios de comunicación). Uno y otro han dado hasta ahora pruebas de talante razonador, intelectualmente honesto, tolerante y comprensivo, así como dispuesto a la autocrítica; lo que, en principio, es del mejor augurio y les da derecho a exigir otro tanto de sus interlocutores. Y han reiterado tales pruebas en el artículo que ahora estoy comentando, haciendo así más patente su derecho a formular esta exigencia.

Quizá no sea yo la persona a quien corresponde recoger antes que a otros. la invitación a ese diálogo abierto, no "de sordos", por el que ambos autores están abogando. Sea o no así, me atrevo a dar ahora unos pocos pasos previos con el propósito de aclarar ciertas cosas que es necesario precisar con nitidez para que el diálogo de que se trata, si es que tiene lugar, sea lo más fecundo posible.

Creo, ante todo, que no debemos aspirar a un diálogo en. sentido estricto, o sea, con dos interlocutores; o con interlocutores más numerosos, pero agrupados en dos campos (o bandos) enfrentados, según podría desprenderse de varias expresiones de Arregie Innerarity (por ejemplo, cuando escriben: 'Tos nacionalistas deberíamos reconocer [ ... ] y los partidos españoles deberían reconocer..."; o se refieren a lo que "piensan los partidos de ámbito estatal y los nacionalistas democráticos"; o hacen un comentario en paralelo al hecho de que "un Gobierno central apela", mientras que "el PNV insiste"). Si, por un lado, está suficientemente claro que los interlocutores son los nacionalistas vascos "democráticos" (entendiendo por tales los que repudian la violencia), por el otro, lo único claro (además de que también se repudia la violencia) es que los interlocutores no son nacionalistas vascos, o sea, que se abre el debate a la participación de quienes tampoco son nacionalistas españoles, los cuales pueden, por consiguiente, coincidir unas veces con los nacionalistas vascos, coincidir otras con los nacionalistas españoles, y enfrentarse otras a la vez con aquéllos y con éstos. El resultado es la desaparición del dualismo; y bueno es que así sea, porque, de lo contrario, ese debate no reflejaría sino pobre y fragmentariamente la multiplicidad de las opiniones: una multiplicidad que, siendo fuente de complicación y obligando a hacer esfuezos adicionales para explicar las posturas y resolver los problemas, es también una riqueza y es, sobre todo, una realidad ante la que no es lícito cerrar los ojos. Prefiero, por eso, hablar de debate que de diálogo.

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Aún menos aceptable sería acentuar el dualismo atribuyendo el monopolio de la representación de uno de los dos bandos, o -peor todavía- de los dos, bien a un partido, bien a un Gobierno, bien a un grupo de partidos (por ejemplo, "los partidos democráticos"), cuando todos sabemos que Gobiernos y partidos actúan a menudo con arreglo a tácticas coyunturales, dicen hoy una cosa y mañana otra, y muchas de las mentes más claras y mejor equipadas y que, por consiguiente, más fructífero pueden hacer el debate no están en los Gobiernos ni en los partidos, o -cuando están- no siempre se someten a su disciplina en la acción,- y menos aún en el pensamiento.

En cuanto a la proscripción de ciertos clisés que deforman la imagen del adversario para apabullar a éste (en realidad, para hacer como que se le apabulla) más fácilmente, sólo me cabe manifestar mi pleno acuerdo con ella, del mismo modo que mi rechazo de tesis aprioristas y excluyentes, tales como la de que democracia y nacionalismo (así, en general) son incompatibles, o la de que, hoy, el verdadero problema de los vascos no es la violencia, sino el nacionalismo (también en general); e igualmente, mi negativa a identificar -ni siquiera por comodidad de lenguaje, pues ésta es una de las comodidades que más confusión generan- "nacionalismo" con "nacionalismo vasco". Y a propósito de identificación, espero que sea debida a desliz involuntario la condena que nuestros autores hacen del empeño "en asociar al nacionalismo vasco con su perversión violenta"; pues lo condenable es identificar aquél con ésta, mientras que asociarlos es reflejar, lisa y llanamente, la realidad actual.

Es loable que Arregi e Innerarity propongan, como ejemplo a seguir, el que nos da Popper al "atacar las ideas contrarias por su flanco más fuerte" (Platón, Hegel, Marx), en vez de arremeter, cómoda y facilonamente, contra sus "expresiones más endebles" (Hitler). En lugar de jugar con ventaja ridiculizando los exabruptos antiespañoles y las extravagancias linguísticas de Sabino de Arana, o denunciando las contradicciones y los excesos verbales de unos dirigentes atentos a tácticas partidistas de interés meramente coyuntural, los adversarios del nacionalismo vasco elevarían el debate y, si consiguiesen decir algo nuevo, enriquecerían el saber de nuestro tiempo ahondando en la relación de nuestros nacionalismo! actuales con el legado de Herder, de Fichte, de Taine, de Mazzini o de Menéndez Pelayo. Lo que está por ver es si interesarían así a algo más que un puñado escogidísimo de lectores...

Quizá temiendo esto último, nuestros autores sugieren un tema: ¿y "si habláramos abiertamente de autodeterminación, de su verdad y de sus falsedades, de sus posibilidades y riesgos"? Verdad es que de autodeterminación se ha hablado mucho últimamente en términos generales; pero no -se ha formulado, desde el nacionalismo vasco democrático, una propuesta bien concreta, susceptible de ser discutida en detalle. Sería muy interesante conocerla y saber lo que su autor piensa de la compatibilidad de este nuevo planteamiento con la continuación de la vigencia del pacto foral, actualizado hoy en el estatuto y en la Ley de Amejoramiento del Fuero navarro. ¿No podría el debate empezar por ahí?

José Miguel de Azaola es escritor.

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