El aceite de oliva en la economía de las materias grasas
El autor recalca que se ha olvidado enmarcar el problema del aceite de oliva en el mercado más amplio de las materias grasas y de su regulación en la política agraria común.
En las últimas semanas se ha abierto un debate sobre las propuestas de reforma de la actual organización común del mercado del aceite de oliva en la Unión Europea, cuestión, de gran relevancia para la economía española. Son ciertas muchas de las informaciones que han venido divulgándose en los medios de comunicación, respecto a las consecuencias de las propuestas de la Comisión Europea que, transformando la actual ayuda a la producción del aceite de oliva en una ayuda por árbol, proporcional a los rendimientos históricos comarcales, daría carta de naturaleza definitiva al tradicional fraude en este sector.Sin embargo, hasta ahora, se ha ignorado enmarcar la problemática de este sector en el mercado más amplio de las materias grasas y de su regulación en la política agraria común, con lo que se debilita la posición española, al olvidar un argumento básico.
Si el único objetivo de la regulación comunitaria fuera sostener la renta de. los agricultores olivareros podría discutirse y negociarse el tipo de ayuda, la producción o superficie beneficiaria, la cantidad máxima garantizada, los periodos de referencia, los rendimientos a considerar..., dentro de una amplia gama de elementos y parámetros con los cuales siempre podría efectuarse una propuesta intermedia de posible consenso. Pero, a pesar de los deseos comunitarios de simplificación de la política agraria, el problema es mucho más complejo y, en este caso, la Unión Europea no puede dejar de regular el mercado del aceite de oliva, si no quiere arriesgar el futuro del olivar europeo, como sector productivo real, más allá de su función ecológica y de mantenimiento del medio natural en las regiones mediterráneas.
Para explicar las razones de esta intervención, es preciso analizar el mercado del aceite de oliva en el contexto de los mercados de otras materias grasas. Y ello porque es preciso asumir que los aceites y grasas son, en cierta medida, productos sustitutivos entre sí, como lo demuestra la muy distinta estructura del consumo en los diversos países miembros.
Somos muchos los que pensamos en las virtudes dietéticas del aceite de oliva, pero no podemos olvidar que una mayoría de consumidores en Europa, y en todo el mundo, viven ignorando este producto y consumiendo masivamente aceites de semillas, grasas exóticas en los productos alimenticios transformados, mantequilla, etcétera.
Si la problemática se redujera a una simple elección por razones de tipo cultural o histórico, podríamos estar tranquilos de que la economía del aceite de oliva se sostendría gracias a la preferencia de los consumidores tradicionales en los países productores y al consumo reducido, pero en alza, en otros muchos países del mundo. Pero existen razones económicas profundas que, desde los años sesenta, amenazan el futuro del olivar y del aceite de oliva, y no sólo porque los productores olivareros ganen más o menos dinero, sino ¡sorprendentemente! porque los europeos comen cada día más carne de pollo y de cerdo.
Efectivamente, el mercado de los aceites y las grasas está ligado al de las producciones ganaderas intensivas, a través de las harinas proteicas que se obtienen de las semillas oleaginosas. De este modo, la creciente demanda de productos cárnicos incrementa el consumo de soja, girasol y colza para piensos y, como consecuencia, la aparición de grandes cantidades de aceites vegetales de se millas. Hasta el punto de que el aceite de semillas oleaginosas se convierte, en ciertos casos, en subproducto de la industria de piensos compuestos. En España, tradicional gran productor y ex portador de aceite de soja, sin producir apenas haba de soja, encontramos un ejemplo ilustrativo de cómo el aceite de soja producido depende de la demanda de la harina de soja y de los piensos que contienen este producto.
Por tanto, los aceites de semillas oleaginosas, sea el de girasol, soja o colza, depende de los países, principales productos sustitutivos del aceite de oliva, sin entrar aquí en el debate del grado de sustituibilidad, cuentan con la impagable ventaja comparativa de disfrutar de una producción conjunta (harina + aceite), a partir de un único grano. Si a ello le añadimos las diferencias de costes de producción derivadas de la diversa naturaleza agrícola de la materia prima (cultivo anual mecanizable, frente a plantación permanente), la localización geográfica del olivar en los secanos mediterráneos y otras razones históricas y sociales, resulta una estructura de precios relativos entre el aceite de oliva y otros aceites, francamente desfavorable para el consumo del primero.
La relación de precios entre el aceite de oliva y los aceites de semillas ha sido el elemento clave de la regulación del mercado del aceite de oliva, llegando a situarse entre cuatro-seis en los últimos años. Mejorar dicha relación de precio s motivó la introducción en su día de la ayuda al consumo del aceite de oliva. Con ello se evitaba aumentar excesivamente la ayuda directa a la producción, que, podría estimular excesos de producción no deseables permitiendo sostener el nivel de consumo del aceite de oliva con precios finales razonables.
La ausencia de excedentes de aceite de oliva y un funcionamiento fluido del mercado en los últimos años, parece haber contribuido a olvidar las razones económicas profundas por las que la Unión Europea debe sostener una política oleícola propia, al tratarse del primer productor y exportador de aceite de oliva en el mundo, con una cuota de cerca del 80% del mercado mundial de este producto. Por tanto, no estamos ante un problema de "mantenimiento de rentas de los productores", lo cual podría solucionarse mediante un sistema simple de ayudas directas "desconectado de la producción", caso de los cereales o del girasol, sino ante un sector saneado de la economía real europea que requiere una regulación que compense un conjunto de circunstancias tecnológicas y económicas que, caso contrario, pondrían en peligro la supervivencia de una producción necesaria por muchas razones.
Además, en el caso del aceite de oliva, no estamos en presencia de un mercado mundial problemático, donde la producción europea contribuya a "hundir los precios". Muy al contrario, los elevados precios europeos permiten a los países exportadores del norte de Africa gozar de excelentes mercados de consumo, a través de los tradicionales acuerdos preferenciales de comercio. Si se deja de regular el mercado del aceite de oliva y el sostenimiento de las rentas de los productores se efectúa directamente mediante ayudas por árbol, es legítimo pensar en las consecuencias que pueden desencadenarse:
a) Se desincentiva una producción de elevados costes y su necesaria adecuación tecnológica; b) se frena una producción hasta el momento no excedentaria; c) se elevan las rentas de la tierra, por "tener árboles"; d) se cede en la estrategia de mejorar los precios al consumo de aceite de oliva; y e) se sientan las bases para que otras zonas no mediterráneas del mundo pudieran sustituir en el futuro la actual producción de aceite de oliva, prácticamente concentrada en esta región en la actualidad.
Si a todo ello añadimos la liberalización comercial exterior acordada ante el GATT, en un contexto de elevados precios de consumo en Europa, estamos en el supuesto de una estrategia claramente errónea de la Comisión Europea. El aceite de oliva requiere de una política comunitaria agresiva para elevar rendimientos, disminuir costes de producción, mejorar la calidad y extender el consumo en el mundo. Todo ello es posible, por ser aún muy amplio el margen de maniobra existente.
La Unión Europea es la primera potencia mundial y no existe competencia en la actualidad. Se trata, por tanto, de desarrollar una estrategia de valorización del producto, de incremento del consumo mediante el sostenimiento de una adecuada relación de precios con otros productos parcialmente sustitutivos, lo cual es posible debido al prestigio del aceite de oliva por razones dietéticas y de salud, argumentos ante los que la opinión pública internacional es hoy día especialmente sensible.
La lógica económica dice que cuando se es la primera potencia mundial en un producto, caso de España y de la Unión Europea en aceite de oliva, la única estrategia razonable es desarrollar una dinámica agresiva de adecuación tecnológica, de precios y de costes. Una ayuda directa por árbol constituye el elemento básico de una estrategia de fomento de la producción extensiva, es decir, todo lo contrario de lo que se precisa para compensar las diferencias ,naturales de precios con otros aceites y grasas. No se trata, por tanto, de argumentar en base, solamente, de intereses nacionales afectados por las propuestas de la comisión, sino dé llamar la atención respecto a la irracionalidad económica que se sugiere desde Bruselas.
Carlos Tió Saralegui. Universidad Politécnica de Madrid.
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